
Les hablaba a mis estudiantes sobre la clonación de la oveja Dolly y lo significativo de que el ADN que fue insertado en un óvulo sin núcleo provino de una célula de teta de oveja. No dije “tecla de oveja” y mucho menos “senos de oveja”. Lo dije natural y nadie se sorprendió con la palabra. Y lo dije en una Universidad sita en las montañas de la Sierra de Cayey, donde se yerguen majestuosas al sur las famosas "Tetas de Cayey".

No sé si alguien ha estudiado este fenómeno de la hipocresía linguística, que seguramente se da en todo el mundo. Me apena no poder decir bicho para referirme a un insecto, como hace el resto del mundo hispanoparlante. Y es interesante ver las reacciones de los que escuchan la palabra en las novelas mexicanas que invaden nuestras ondas de transmisión televisiva. En Puerto Rico se le dice bicho al órgano sexual masculino. Ahora que lo pienso debimos escoger una palabra menos insignificante que la de un insecto. Porque no creo que Dios haya dotado a los hombres puertorriqueños con una cuota menor que la que les correspondía para el referido apéndice.
Sé que hay lugares en América Latina donde no se puede decir concha, pues se refiere al órgano sexual femenino. En Puerto Rico, y en España también, una concha es lo que es, una cubierta de carbonato de calcio de algún animal marino. Hasta teníamos un Hotel la Concha. ¿Y qué de la actriz cubano-venezolana María Conchita Alonso? ¿O es que los padres juzgaron que la tenía demasiado pequeña?

Hago esta reflexión porque hay palabras que tenemos que rescatar de las garras de los moralistas hipócritas que nos rodean. No predico el lenguaje obsceno ni soez. No todo es libremente pronunciable, lo reconozco. Pero que me dejen las tetas quietas.
Edwin Vázquez