lunes, 1 de enero de 2007

Cómo Ejecutar a Un Dictador Adecuadamente

Los iraquíes no saben ejecutar tiranos. La oportunidad dorada, la ejecución de Saddam Hussein, fue malgastada en una horca barata que le causó la muerte en pocos minutos. Lo que tenían que hacer los iraquíes era consultar con los verdugos norteamericanos, que esos sí saben. Y muchos que hay. En 38 de los 50 estados norteamericanos existe la pena capital. Esa gente tiene experiencia en el arte de hacer sufrir a un condenado a la muerte. Cualquiera de ellos, excepto la gente de Nebraska, que le gusta freír a sus condenados, le habría dicho que la mejor forma de ejecutar un prisionero para que sufra durante todo el proceso, y que se le alargue el sufrimiento, es la inyección letal.

El proceso es sencillo en términos conceptuales. Se le inyecta un cóctel de tres sustancias al condenado. Primero se le desinfecta el brazo con alcohol, no sea que el pobre se infecte con alguna bacteria mortal, y se le inyecta tiopental de sodio, que actúa como anestesia; una mezcla de pancoria/tubocarina para paralizar los músculos excepto los del corazón; y cloruro de potasio para detener las contracciones del corazón y causar finalmente la muerte.

Lo bueno del tiopental es que su efecto dura muy poco y es posible que el condenado no esté anestesiado durante todo el proceso. Sin embargo, como sus músculos están paralizados no puede expresar su dolor por lo que la muerte es más espantosa aún ya que él sabe que nadie sabe por lo está pasando. El promedio de tiempo es de 14 minutos, mucho más que una soga en el cuello o un tiro en la cabeza. De hecho, en una investigación llevada a cabo por la Universidad de Miami, se encontró que en 43 de las 49 ejecuciones que investigaron se usaron dosis de tiopental menores a las recomendadas, por lo que lo más probable es que los ejecutados murieron una muerte agónica e inhumana (Koniaris, Leonidas G. et al (2005). "Inadequate anaesthesia in lethal injection for execution". The Lancet 365 (9468): 1412–1414.).

Recientemente, el puertorriqueño Ángel Nieves Díaz fue ejecutado en Miami, donde ubica la universidad del estudio citado. Don Ángel parece haber roto el récord del sufrimiento pues no le tomó 14 sino 34 largos minutos para morir. Más de media hora. Algunos de los testigos dijeron que aún a los 24 minutos Ángel se contorsionaba, resoplaba y trataba de hablar. Murió torturado. La razón es que el verdugo de turno no le inyectó las drogas en una vena sino en el tejido circundante por lo que tuvieron que administrarle una segunda dosis. O sea, un segundo cóctel por aquello de darle un segundo trago al boricua.

La mañana después de la muerte de Hussein vi la foto. La soga al cuello y los verdugos encapuchados a su alrededor. Me revolcó el estómago. Ojo por ojo. La ley del talión. Parece que volvemos al pasado pero nos vestimos de civilizados. La mayoría de las naciones progresistas del mundo prohíben la pena capital. Puerto Rico es una de ellas. En cuanto a los iraquíes, si querían que Saddam sufriera tenían que contratar a un verdugo de Miami. Esa gente sí que sabe matar con dolor. Y robar elecciones. Fue allí donde George Bush Jr. le robó las elecciones a Al Gore. Que si fuera presidente no estaría el mundo como está. Ni como estará en el 2007.


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3 comentarios:

  1. Anónimo8:58 a. m.

    Yo siempre pense que la injeccion letal era una muerte rapida y no tan horrible como la silla electrica. El ser ahorcado creo que es instantaneo pero en fin de cualquier manera es cruel. Al igual que es cruel matar a inocentes o quitarle la vida a cualquier persona.

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  2. Saludos Chefa:

    Yo pensaba lo mismo. Es lo que nos habían vendido. Al final no existen muertes buenas ni compasivas. Antes dudaba pero me convencí absolutamente: estoy en contra de la pena de muerte.

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  3. Anónimo10:16 p. m.

    Yo soy detractor de la pena de muerte y me temo que esto desate reacciones mas violentas. Al final, Irak pasó de la barbarie de Saddam a la de "Georgie" y no se cual es peor. La primera representa al atraso y al genocidio; y la segunda, a la invasión (recuerda a Simón Bolívar) con todas sus consecuencias: más atraso (destrucción de bibliotecas, archivos y monumentos históricos), más miseria, más violencia y más GENOCIDIO. Bueno, ya lo dijo Juan Pablo II: "Quien desate esta guerra, tendrá que rendir cuentas ante Dios y la Historia."

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