domingo, 27 de septiembre de 2009

Botánica Jíbara

Me gusta trabajar la tierra. Desgraciadamente no tengo mucho tiempo para atenderla y con frecuencia la yerba mala la arropa.  Machete con ella.  Sí he separado pequeños espacios cerca de la casa donde siembro tomates, ajíes, albahaca y otras "yerbas buenas" que uso en mi cocina.  Se llaman huertos caseros.

En estos días tuve que contratar a una persona para que limpiara el patio de toda la maleza que crecía triunfal por cada rincón.  Pena que no nos la comamos porque tendríamos alimento por años.  Dado que tengo arbolitos sembrados aquí y allá, amén de chayotes, calabazas y habas, le señalé al mata matojos dónde ubicaban para que no los matara.  Le apunté hacia un arbolito de panapén que logré prender y él no lo ubicaba.  Por más que se lo señalaba no lo veía.  Entonces le pregunté si sabía cómo eran los panapenes y me admitió que no.  Me fui al trabajo, dejé al asesino de matojos para que hiciera su matojocidio, y cuando regresé vi con horror que había matado cinco de las seis matas de habas que había sembrado y que ya estaban pariendo.  Él no sabía lo que había hecho.  Para él una mata de habas era un bejuco cualquiera.


Esto me lleva a reflexionar sobre el deterioro cultural de nuestro país.  Lo digo porque un país que se respeta es uno que entiende la necesidad de producir sus propios alimentos.  Y allí donde la gente comprende la importancia de autoalimentarse hasta los niños terminan con un conocimiento básico de botánica alimentaria.

Me crié en el campo.  A los seis años podía identificar matas de ají, maíz, berenjena, apio, yautía, malanga, ñame, verdolaga, berro, recao, orégano, calabaza, plátanos, guineos, café y un sinnúmero de otras plantas que eran parte integral de nuestra dieta.  Hoy día eso no existe.  El niño promedio no tiene idea de cómo es una mata de tomate.  Por supuesto le puede recitar el menú de McDonald´s.


Es por eso que les he estado dando semillas a mis hijas.  Hay miles de lecciones que les puedo dar.  Pero ninguna será más poderosa que la de la semilla que metieron en la tierra y germinó, cuya planta tuvieron que defender de las plagas porque la vida no es fácil.  Que hay que abonar la tierra.  Y echarle agua a las matas.  Hay que cuidar lo que se quiere.  Para que dé frutos.

Al final, quedará la satisfacción de morder ese tomate mientras cierran los ojos y piensan, "valió la pena el sacrificio". 

4 comentarios:

  1. Edwin, me ha encantado esta entrada, me ha puesto a reflexionar bastante sobre nuestro (des)conocimiento limitado y casi nulo sobre el valor de la tierra.

    Usaré este escrito para una sección que tenemos en Diálogo Digital llamada "Comentario en blog". Te paso el enlace cuando esté arriba.

    Obvio que te lo atribuyo y enlazo a Cargas y descargas...

    un saludo,

    karisa

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  2. Aquí está el enlace:

    http://www.dialogodigital.com/es/node/2840

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  3. Excelente Kari. Gracias por el enlace.

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