Edwin Vázquez de Jesús
Cuando los hombres eyaculamos producimos millones de espermatozoides por mililitro de semen. Millones. De una sola tirada. Somos machos y producimos en grande. La mujer libera un óvulo al mes y nosotros millones cada vez que tenemos un orgasmo. ¡Qué economía biológica la de las mujeres! Una sola célula sexual al mes. Y qué malgasto el nuestro. X o Y. Los humanos poseemos 23 pares de cromosomas en todas nuestras células: 23 que provinieron de nuestra madre y 23 de nuestro padre. La excepción son las células sexuales, espermatozoides y óvulos, que sólo contienen 23. Los cromosomas son moléculas formadas por ADN, el material genético. El par número 23 es el que determina el sexo. Los dos cromosomas 23 de las mujeres son designados XX, por su parecido con esa letra durante la división celular. En los hombres uno de los cromosomas parece una X y el otro una Y. Es esa letra griega la que nos ha permitido a los hombres dominar a las mujeres y discriminar contra ellas a lo largo de la historia. Sin embargo, cuando analizamos su contenido genético, encontramos que posee muy poca información genética.
Para ser franco la Y no es otra cosa que una X a la que le falta un palito. Es una X incompleta. O sea, que la diferencia fundamental entre hombres y mujeres, a nivel físico y genético, es un palo. En la reproducción el pene tiene la limitada función de depositar millones de espermatozoides en la vagina, cuando ésta no está en uno de sus monólogos. De esos millones de espermatozoides, sólo uno fecundará al óvulo. Casi el 50% son flojos nadando y no llegan a su destino. Otros tratan de fecundar a la primera célula que encuentren a su paso. Estos son los brutos. Y es bueno que no lleguen. Aunque a veces llegan y producen legisladores.
Son muchos los ejemplos biológicos donde los machos no salimos bien parados. Por ejemplo, en la naturaleza frecuentemente los machos son mucho más pequeños que las hembras. La araña Nephila clavipes es un ejemplar precioso, con un cuerpo de hasta unas dos pulgadas y patas impresionantes. Se encuentra en lugares húmedos de pueblos como Cayey y Ciales. Cuando usted se acerca a admirar su tela orbicular, con suerte puede ver a una arañita diminuta en una esquina. Ese es el macho. Un machito. Su única función es fornicar con la araña. Y luego se muere. Como ese hay miles de ejemplos.
Con razón son las mujeres las que paren. Los hombres, admitámoslo, no aguantaríamos la primera contracción. Declaro que en términos biológicos los machos somos seres inferiores. Me tomó trabajo aceptarlo y me ganaré el odio de los macharranes que piensan lo contrario. Pero era hora de que un hombre aceptara la humillante realidad biológica de nuestra inferioridad evolutiva.