No entiendo el asunto de la comida. Sé que en el pasado la cosa era mucho más sencilla. La gente se sentaba en la mesa a comer. Disfrutaba la comida. Hablaba. Y no contaba las calorías ni se preocupaba por lo que comía. Hoy día se habla de porciones. No tengo idea de qué hablan. Leí en una pirámide alimentaria gubernamental.
Hoy día comer se ha convertido en una ciencia tan complicada que antes de abrir la boca invocamos una serie de datos desconectados para saber si es saludable comernos lo que está en el tenedor. Se nos vendió la idea de que tenemos que comer “bajo en grasas” desde los 1980s. Precisamente desde entonces se dispararon los niveles de sobrepeso en Estados Unidos y Puerto Rico a la cifra bochornosa de aproximadamente un 65% de la población. Antes no pasaba del 10%. En 25 años rompimos las balanzas y los récords mundiales de gordura. Justo cuando más saludablemente comimos, según definido por los Institutos Nacionales de Salud (NIH, por sus siglas en inglés). Redujimos dramáticamente el consumo de grasas saturadas, eliminamos el colesterol, hicimos ejercicios y seguimos engordando. Y aumentaron las cifras de muertes relacionadas con la dieta como las enfermedades coronarias y la diabetes tipo II, todas íntimamente ligadas a la dieta. Y detrás de nosotros viene gran parte de Europa.
¿Qué sucedió? La respuesta es más sencilla de lo que parece. A alguien en algún lugar de alguna oficina en algún departamento de Washington se le olvidó una verdad contundente: la gordura no se debe a las grasas sino a los carbohidratos (azúcares). Por tanto cuando nos atosigaron la idea de que para rebajar debíamos consumir menos grasas dejaron abierta las puertas al consumo de carbohidratos. Eliminamos las carnes rojas y comimos cantidades obscenas de pasta, arroz y papas. Almidones. Y no sabíamos lo que ahora sabemos. Las ratas de laboratorio expuestas a dietas bajas en calorías viven considerablemente más que aquellas alimentadas con dietas altamente calóricas.
Nos dijeron que el colesterol es malo. Pero no nos dijeron cuál de los dos tipos. Nos dijeron que las grasas son malas. Pero no nos dijeron cuáles de ellas. Porque no es lo mismo comer margarina que aceite de oliva. La primera ha sido procesada y se ha demostrado una relación entre su consumo y la posibilidad de padecer del corazón. El segundo se sabe que tiene grandes beneficios para el cuerpo. De hecho, la evidencia acumulada indica que es más saludable consumir mantequilla que margarina. Es mejor la leche no procesada que la baja en grasas. Es mejor el azúcar natural que los sustitutos artificiales como Equal, Same o Splenda.
¿Cuándo sucedió el gran evento que nos obligó a sacar una calculadora antes de ingerir nuestros alimentos? ¿Por qué estamos contando calorías y gramos de grasas saturadas? La ecuación es sencilla. Debemos comer más comida preparada por nosotros mismos, comer menos de lo que comemos y añadir una gran porción de vegetales a nuestra dieta. Después de todo, antes de que nuestros antepasados decidieran comer carne comían plantas.
¿Debemos abandonar las carnes rojas? Hell no. Todo lo que tenemos que hacer es reducir su consumo y consumir más vegetales. Pocos carbohidratos. Esa es la receta. Si se puede ejercitar mejor aún. Esto nos abre la posibilidad a tener una relación digna con nuestra comida. Comer por placer. Lo que sea. Hacer un evento orgásmicamente culinario de cada vez que nos llevemos los alimentos a la boca. Contar calorías es negar nuestra humanidad. Comamos rico. Comamos bien. Pero poco. Y con muchos vegetales. Es como el sexo. Nadie le ha puesto porcientos al placer sexual. Ni hay libros famosos sobre la mejor forma de tener sexo. Es que ese placer, gracias a Dios, no ha sido disectado como el comer.
Hoy día comer se ha convertido en una ciencia tan complicada que antes de abrir la boca invocamos una serie de datos desconectados para saber si es saludable comernos lo que está en el tenedor. Se nos vendió la idea de que tenemos que comer “bajo en grasas” desde los 1980s. Precisamente desde entonces se dispararon los niveles de sobrepeso en Estados Unidos y Puerto Rico a la cifra bochornosa de aproximadamente un 65% de la población. Antes no pasaba del 10%. En 25 años rompimos las balanzas y los récords mundiales de gordura. Justo cuando más saludablemente comimos, según definido por los Institutos Nacionales de Salud (NIH, por sus siglas en inglés). Redujimos dramáticamente el consumo de grasas saturadas, eliminamos el colesterol, hicimos ejercicios y seguimos engordando. Y aumentaron las cifras de muertes relacionadas con la dieta como las enfermedades coronarias y la diabetes tipo II, todas íntimamente ligadas a la dieta. Y detrás de nosotros viene gran parte de Europa.
¿Qué sucedió? La respuesta es más sencilla de lo que parece. A alguien en algún lugar de alguna oficina en algún departamento de Washington se le olvidó una verdad contundente: la gordura no se debe a las grasas sino a los carbohidratos (azúcares). Por tanto cuando nos atosigaron la idea de que para rebajar debíamos consumir menos grasas dejaron abierta las puertas al consumo de carbohidratos. Eliminamos las carnes rojas y comimos cantidades obscenas de pasta, arroz y papas. Almidones. Y no sabíamos lo que ahora sabemos. Las ratas de laboratorio expuestas a dietas bajas en calorías viven considerablemente más que aquellas alimentadas con dietas altamente calóricas.
Nos dijeron que el colesterol es malo. Pero no nos dijeron cuál de los dos tipos. Nos dijeron que las grasas son malas. Pero no nos dijeron cuáles de ellas. Porque no es lo mismo comer margarina que aceite de oliva. La primera ha sido procesada y se ha demostrado una relación entre su consumo y la posibilidad de padecer del corazón. El segundo se sabe que tiene grandes beneficios para el cuerpo. De hecho, la evidencia acumulada indica que es más saludable consumir mantequilla que margarina. Es mejor la leche no procesada que la baja en grasas. Es mejor el azúcar natural que los sustitutos artificiales como Equal, Same o Splenda.
¿Cuándo sucedió el gran evento que nos obligó a sacar una calculadora antes de ingerir nuestros alimentos? ¿Por qué estamos contando calorías y gramos de grasas saturadas? La ecuación es sencilla. Debemos comer más comida preparada por nosotros mismos, comer menos de lo que comemos y añadir una gran porción de vegetales a nuestra dieta. Después de todo, antes de que nuestros antepasados decidieran comer carne comían plantas.
¿Debemos abandonar las carnes rojas? Hell no. Todo lo que tenemos que hacer es reducir su consumo y consumir más vegetales. Pocos carbohidratos. Esa es la receta. Si se puede ejercitar mejor aún. Esto nos abre la posibilidad a tener una relación digna con nuestra comida. Comer por placer. Lo que sea. Hacer un evento orgásmicamente culinario de cada vez que nos llevemos los alimentos a la boca. Contar calorías es negar nuestra humanidad. Comamos rico. Comamos bien. Pero poco. Y con muchos vegetales. Es como el sexo. Nadie le ha puesto porcientos al placer sexual. Ni hay libros famosos sobre la mejor forma de tener sexo. Es que ese placer, gracias a Dios, no ha sido disectado como el comer.
Este blog ha sido eliminado por un administrador de blog.
ResponderBorrarTodo lo que dice aquí es el principio de la Dieta South Beach. Todo se trata de comer bien: reducir los carbohidratos, consumir las grasas buenas y aumentar los vegetales.
ResponderBorrar