Blanca Nieves y otras rameras

He perdido el último ápice de paciencia que me quedaba. Existe un límite sobre el número de veces que tengo que ver a las rameras de Disney. Mi hija Patricia, que aún no cumple los tres, me tortura día y noche con la maldita película de la Cenicienta. Al principio todo iba bien, la soportaba, pero después de atosigarme la peliculita 50 veces comencé a aplaudir cada vez que las hermanastras abusaban de la tipa. Y esa madrastra, que Dios me la bendiga.

He descubierto un hilo conector entre todas las princesitas esas. Se entregan con una facilidad inverosímil ante el príncipe de turno. Y cuando digo que se entregan me refiero a que se derriten como mantequilla y tratan de meter al príncipe en una cama para fornicar como conejas. La cenicienta dejó perdido un zapato para poder tirarse al príncipe, a la Bella se le enrojecieron las aureolas cuando vio a la Bestia fornida, Jazmín se desnudó en la alfombra mágica durante el primer vuelo con Aladino, la Sirenita movió las aletas en un claro gesto de excitación sexual cuando vio al macho de turno, la Bella Durmiente se hizo la dormida pero mantuvo las piernas abiertas todo el tiempo, y Blanca Nieves puso a gozar a cada uno de los siete enanitos. Jaijó jaijó my eye.

¿De dónde salieron estas tipas? ¿Dónde existen mujeres tan sumisas y pendejas, además de en las novelas mexicanas? No me parece que este es el modelo de mujer que mi hija debe ver. Claro que yo sigo callando y tragando fuerte. Patricia no entendería si de pronto se le desaparecieran todas las películas de Disney. Pero me da placer en pensarlo. Cojo los DVD’s, les echo gasolina y danzo alrededor de la pira funeral. Y eso, que no quiero ni hablar sobre el Barney, el Elmo, la Dora, y todos los malditos muñecos a los cuales les he dedicado miles de horas. Todo por amor a Patricia. Por suerte ya empezaron a gustarle las películas de grandes. Pero Camila está a punto de nacer. Y los siete enanitos volverán a gritar jaijós orgásmicos de placer.

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