Hoy es un gran día. Me acabo de enterar de la muerte de Augusto Pinochet. Celebro en silencio con las miles de personas que celebran a través del mundo la muerte del dictador chileno. Sólo siento que haya muerto de causas naturales y no haya recibido un trato á la Somoza o á la Trujillo. Pero me alegra saber que murió desacreditado, desgraciado y despreciado. Va derecho para la letrina de la historia.
A los chilenos en Puerto Rico que celebraron con champaña y vino tinto cuando las fuerzas de Pinochet asesinaron a Salvador Allende durante el golpe de estado, que sé que lo hicieron, que me lo contaron, que conozco a algunos de ellos, celebren ahora.
Lea en Ciudad Seva el último discurso de Salvador Allende desde el Palacio de La Moneda pulsando AQUÍ. Escuche parte de su último discurso pulsando ACÁ.
Tags: PINOCHET ALLENDE SOMOZA TRUJILLO CHILE
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A los chilenos en Puerto Rico que celebraron con champaña y vino tinto cuando las fuerzas de Pinochet asesinaron a Salvador Allende durante el golpe de estado, que sé que lo hicieron, que me lo contaron, que conozco a algunos de ellos, celebren ahora.
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Hoy, entre otros, los países islámicos pisotean inventos tan básicos como los Derechos Humanos y no se suele decir casi nada, y aún menos denunciar estos hechos por aquellos que justamente y con horror dicen y denuncian otras atrocidades, claro, dirán que no se puede estar en todas partes… Por ejemplo.
ResponderBorrarSin ir más lejos, por Internet circula un vídeo de una lapidación donde puede contemplarse cómo se ejerce la sharia a estas alturas del siglo XXI: dos mujeres son atadas de pies y manos, envueltas en sábanas, plantadas en un agujero en la tierra y, después de las oraciones de rigor, apedreadas hasta la muerte. (Se puede ver sólo sí se tiene el mondongo de una vaca: http://www.la-route-de-lislam.com/imposturelapidation/ imposturedelalapidation.htm).
Después de contemplarlo, no supe qué me aterró más: los alaridos de miedo y dolor de ellas, los gritos de la fanaticada enardecida o los rezos al compás de las pedradas. Quizá lo peor de todo sea la impunidad de la alimaña que lo ha filmado todo, tan tranquilo, como si fuera un vídeo de primera para enseñar luego a los amigos entre una fiesta de cumpleaños y los recuerdos del viaje a La Meca.
Al fin y al cabo, las ejecuciones públicas son un espectáculo de lo más normal en muchos países árabes: en algunos emiratos, la televisión emite decapitaciones con la misma pachorra que en PR un combate de Tito Trinidad.
Y, nosotros los progres, con estos pelos… y a punto de salir de rumba…
Un grupo represivo de la dictadura castrista impide a palos que unos disidentes celebren el día de los Derechos Humanos
ResponderBorrarUnas 200 personas de los escuadrones represivos que coordina el Ministerio del Interior castrista impidió por la fuerza el desarrollo de una marcha pacífica organizada por un pequeño grupo de demócratas en una céntrica plaza de La Habana en el Día de los Derechos Humanos. Al menos tres de los alrededor de una docena de participantes en la marcha, organizada por el Consejo Nacional del Frente Patriótico Nacional, fueron metidos a la fuerza en coches y taxis parados por la turba y sacados del lugar por los esbirros de la dictadura, según ha constatado Efe.
Los brutales Comités de Defensa de la Revolución son uno de los principales instrumentos represivos del régimen de Castro.
Edwin en tu reseña falta éste...
Pinochet y Castro
ResponderBorrarPor fin. Esta vez, Augusto Pinochet se murió de verdad, en su cama, tranquilamente, llevándose a la tumba sus crímenes y el secreto de sus crímenes.
Amargura de los supervivientes. Tristeza de los hijos y las hijas de las víctimas, que saben, como Michelle Bachelet, la actual presidenta del país, que el hombre que destrozó sus vidas ya no podrá responder, jamás, de sus atrocidades.
Y derrota, una vez más, de esa justicia internacional que, a pesar de la testarudez de algunos, a pesar del juez Baltasar Garzón, a pesar del juez Juan Guzmán, a pesar de las asociaciones chilenas y extranjeras de defensa de la democracia, ha sido humillada e, incluso, burlada, por una defensa tanto más potente cuanto sabedora de que contaba con poderosos aliados apenas disimulados.
Ay de las condolencias de una Margaret Thatcher, queriendo dejar claro, sin avergonzarse por ello, de que la ayuda de los servicios secretos chilenos durante la guerra de las Malvinas bien valía, para ella y para los suyos, unos cuantos miles de ajusticiados, torturados hasta la muerte y asesinados.
Ay del vociferante silencio de un ex secretario de Estado y Premio Nobel de la Paz, al que todos conocemos y que él mismo sabe -al menos, después de la película de Christopher Hitchens El Proceso de Henry Kissinger, que le sigue por todas partes, como una sombra, como un remordimiento- que pesan sobre él serias sospechas de complicidad con la que será durante mucho tiempo una de las más sangrientas dictaduras de Latinoamérica.
Pinochet impune. Pinochet apagándose así, dulcemente, rodeado de los suyos, en paz, en el día -¡oh símbolo!- internacional de los Derechos Humanos, es una vergüenza para Chile, para el mundo y para todos nosotros.
Y, además, es la mejor noticia del año para todos los Mladic, Karadzic y demás Mengistus (Haile Mariam, dictador de Etiopía), para esos serial killers con galones, nunca realmente amenazados, que pasan sus días apaciblemente. Uno, en un monasterio griego. El otro, en casa de su amigo el (presidente de Zimbabue Robert) Mugabe. Todos alegres y conscientes del mensaje que les transmite la muerte en paz de Pinochet. A los que se escandalizan, como yo, de esta impunidad de un asesino de Estado, les advierto que hay otro dictador que está a punto de sufrir la misma suerte y que, en contra de lo que le pasó a Pinochet, ni siquiera ha sido objeto de un intento de inculpación. Este otro dictador se llama Fidel Castro. Su reino habrá durado no 17, sino 50 años. Un reino que presenta un balance del que lo menos que se puede decir es que, a fin de cuentas, aguanta perfectamente la comparación con el de su rival y gemelo fallecido.
Cien mil prisioneros políticos experimentaron, en un momento u otro, su Gulag versión tropical. Entre 15.000 y 17.000 fusilados (frente a los 3.200 asesinados y 28.000 torturados en Chile), cuyo único pecado fue oponerse, más o menos abiertamente, a la línea o, a veces, al capricho del Líder máximo omnipotente.
Cientos de miles de exiliados (un número parecido al de los exiliados chilenos), obligados a irse a vivir a Miami o a otras partes, so pretexto de que eran judíos, o cristianos, o homosexuales, o simplemente demócratas y creyentes en las virtudes de la prensa libre. Sin hablar de las decenas de miles de balseros que se ahogaron intentando escapar, en lanchas de fortuna, de este infierno en la tierra, en que se convirtió, desde muy pronto, la isla de Cuba.
Sé que las cifras -extraídas especialmente del Libro negro del comunismo, dirigido por el profesor del Centro Nacional de Investigaciones Científicas (CRNS) Stephane Courtois- no lo dicen todo. Y entiendo que haya que evitar, por la claridad del análisis, lo que algunos llaman la tentación de la «amalgama».
Y sin embargo, los hechos son los que son y ahí están. Así como la evidencia del crimen. Y la incoherencia de esas almas pías, de las que estoy dispuesto a apostar que se agolparán, llegado el momento, en las exequias del monstruo sagrado, con la misma energía con la que, hoy, deploran el fracaso de la Justicia en lo que al Caudillo chileno se refiere. ¡Vamos ya, camaradas y amigos! ¡Un poco de coherencia! ¡Un pequeño esfuerzo, por favor, si quieren ser realmente demócratas y republicanos! Os queda, nos queda todavía un poco de tiempo para, como homenaje a todos los ajusticiados de todas las dictaduras de Latinoamérica, desear que Fidel Castro comparezca ante un tribunal por sus crímenes.
Os queda, nos queda un tiempo ya muy corto para reafirmar que ser de izquierdas, hoy en día, a comienzos de este siglo XXI, es tratar de la misma manera a Pinochet-el-facha que a Castro-el-rojo. Y acabar, de una vez por todas, con el sucio teorema contra el que ya advertía Albert Camus: buenos y malos muertos, víctimas sospechosas y verdugos privilegiados.
Esto es un test. Un auténtico test. Por mucho que los dos dictadores, el de La Habana y el de Santiago de Chile, sean dinosaurios y supervivientes de la edad antigua, nos ofrecen, sí, en la manera en la que reaccionamos y reaccionaremos a la desaparición de uno y del otro, la oportunidad para que cada cual verifique la situación de sus reflejos, de sus nervios, de su sensibilidad y de su cultura política.
Nos esperan otras citas. Con otros tipos de barbarie más modernas, más inesperadas, ante las que nos cantarán la misma cantinela presuntamente progresista y antiimperialista. Será una oportunidad de oro para ver si hemos aprendido, o no, las lecciones de la ecuación Castro-Pinochet.
Escrito por BERNARD-HENRI LÉVY