viernes, 6 de agosto de 2010

Un beneficio microbiano de la leche materna

Se acaba de develar un misterio adicional sobre la leche materna. La lactancia le provee a los bebés no sólo de alimentos y agua sino de protección inmune a través de anticuerpos que la madre le pasa a la criatura.  Un nuevo estudio arroja luz adicional sobre por qué lactar se vuelve casi imprescindible para tener niños saludables.

Los componentes principales de la leche humana son carbohidratos (7.1%) grasas (4.5%) proteínas (0.9%), minerales (0.2%) y por supuesto agua (87.3%).  El carbohidrato principal es lactosa y es producido por los mamíferos (algunas especies de plantas producen pequeñas cantidades).  La razón por la que podemos consumir lactosa es porque producimos una enzima, llamada lactasa, que nos permite metabolizarla (los que no la producen sufren intolerancia a la leche y sus derivados).

Ademas de la lactosa existen otros carbohidratos pero que no son metabolizables por los humanos pues carecemos de las enzimas necesarias para hacerlo.  Estas azúcares son clasificadas como carbohidratos complejos pues mientras que la lactosa está compuesta por dos azúcares simples, glucosa y galactosa, los complejos contienen una molécula de lactosa con varias otras azúcares unidas (también se les da el nombre rimbombante de oligosacáridos).

Siempre se pensó que estas azúcares no cumplían ninguna función en la leche y que simplemente eran una especie de desecho biológico.  Ahora, gracias a un estudio recién publicado (1), sabemos que le proveen sustento a unas bacterias que forran el sistema digestivo de los bebés y que nos confieren protección contra otras bacterias nocivas.  Se llaman bifidobacterias y si el nombre le es familiar es porque es una de las principales bacterias en los alimentos denominados “probióticos”, como algunos tipos de yogurt.

La bacteria en cuestión es una subespecie de Bifidobacterium longus (B. longus sub. infantis).  No sólo se nutre de los oligosacáridos en la leche sino que al hacerlo produce ácidos que inhiben el crecimiento de bacterias potencialmente peligrosas, especialmente del grupo denominado “Gram negativo”.  Esto es importante porque el estómago de los infantes carece de la acidez que posee el estómago adulto.   De esta forma lo que hacen las bifidobacterias es llevando a cabo una colonización preventiva del tracto gastrointestinal de la criatura y apropiándose de los mejores “bienes raíces” intestinales.  Los adultos poseemos otras cepas de las bifidobacterias, no la infantis.  

Cabe señalar también que los oligosacáridos se encuentran también en las membranas de varias células del cuerpo y que algunas bacterias patógenas se adhieren a éstos para iniciar sus procesos infecciosos.  Al estar presentes en la leche materna, estas bacterias se adhieren a ellos por lo que ya no se pueden pegar a las células que quieren infectar.  Los ologisacáridos han servido así de señuelo, una carnada molecular que es “mordida” por los patógenos.

Esta relación entre esta bifidobacteria y los humanos representa una maravillosa adaptación evolutiva donde la bacteria recibe alimentos y a cambio le sirve de nana microscópica al bebé, quien acaba de nacer a un mundo naturalmente inhóspito.

© Edwin Vázquez de Jesús
Universidad de Puerto Rico en Cayey

Se autoriza su reproducción total con las debidas atribuciones. La foto es de Wikimedia Commons y está bajo el dominio público.

(1) Angela M. Zivkovic, J. Bruce German, Carlito B. Lebrilla, and David A. Mills.  Microbes and Health Sackler Colloquium: Human milk glycobiome and its impact on the infant gastrointestinal microbiota PNAS 2010 : 1000083107v2-201000083.

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