Regresé a Cayey de mis vacaciones en Cabo Rojo. Me quedé una semana en un lugar de Combate donde prácticamente no había señal de celular. Estar desconectado es una sensación extraña, tras años de conexión constante. Eso nos cambia. Empecé a disfrutar de detalles que enriquecen nuestras vidas. A través de mis caminatas por una playa desierta aprecié los caracoles, o por lo menos el carbonato de calcio que nos dejaron, y por un pequeño bosque vi de cerca auras (Cathartes aura), buitres que sobrevuelan desde la zona de Ponce hacia el oeste, en busca de la carroña de animales muertos. El número de flamboyanes (Delonix regia) encendidos de flores era impresionante, y los había rojos, anaranjados y amarillos. También vi muchas iguanas o gallinas de palo (Iguana iguana), precisamente comiéndose las hojas de los flamboyanes. Por las mañanas me despertaba el cantar de aves para mí desconocidas. Ciertamente los pollos que rodean mi casa cantan distinto. Había uno que hacía un sonido como el de la alarma de los camiones de basura cuando dan reversa. Más de una vez me asomé temprano esperando ver a los basureros, que creo es como se le dice a los que llevan a cabo esa digna labor.
Así estuve los primeros días de la semana. Por supuesto fui par de veces a la playa, que es mi número límite para tostarme al sol. Uno de los días, tras identificar un hermoso árbol a la orilla de la playa de Mojacasabe, nos sentamos frente al árbol a disfrutar de su sombra.
La playa estaba prácticamente vacía ese día de semana. Aún así vino una familia como de diez y colonizaron la parte de atrás de mi arbolito. Miré incrédulo alrededor a todos los espacios disponibles, pero como las cosas están como están, me quedé callado. Supongo que el sol sale para todos, y las sombras que nos cobijan deben compartirse; hasta que uno de ellos plantó un hibachi a mi lado y procedió a encenderlo. Le pregunté si en serio iba a encender aquella cosa sin avisarme y sin pedir permiso. Le dije que éramos asmáticos (no es cierto), y que él no tenía derecho a violar mi lebensraum de esa forma. Entonces me dijo, como si no entendiera mi molestia, qué él había tomado en cuenta la dirección del viento antes de ponerlo. Esa era una discusión que yo no iba a ganar, así que cogimos nuestras cosas y nos fuimos.
La playa estaba prácticamente vacía ese día de semana. Aún así vino una familia como de diez y colonizaron la parte de atrás de mi arbolito. Miré incrédulo alrededor a todos los espacios disponibles, pero como las cosas están como están, me quedé callado. Supongo que el sol sale para todos, y las sombras que nos cobijan deben compartirse; hasta que uno de ellos plantó un hibachi a mi lado y procedió a encenderlo. Le pregunté si en serio iba a encender aquella cosa sin avisarme y sin pedir permiso. Le dije que éramos asmáticos (no es cierto), y que él no tenía derecho a violar mi lebensraum de esa forma. Entonces me dijo, como si no entendiera mi molestia, qué él había tomado en cuenta la dirección del viento antes de ponerlo. Esa era una discusión que yo no iba a ganar, así que cogimos nuestras cosas y nos fuimos.
Ya para el cuarto día la falta de internet estaba haciendo mella en mi bienestar emocional. Descarté el deseo de conexión digital como una enfermedad de la sociedad moderna y volví con mis caminatas apreciando la naturaleza, seguidas por largas horas leyendo y durmiendo. Claro que me molestaba que no podría ver las series de Netflix que me había propuesto disfrutar a través de mi celular con conexión 4G LTE ilimitado. En el lugar había una piscina que visité frecuentemente porque el agua no es salada y uno no sale lleno de arena por cuanto orificio tiene en el cuerpo. Eso sí, tenía que ser después de las cinco de la tarde porque ese sol del oeste no es para seres humanos. Uno puede morir de insolación, o de cáncer de la piel. o de alguna otra enfermedad catastrófica.
Para el quinto día los pollos me estaban irritando. Todas las mañanas con el canto de camión de basura, y otros pájaros que, aunque cantaban bonito, nunca antes había escuchado y eso me causaba disonancia cognitiva, y yo no llegué para eso. Probablemente pájaros del norte que migraban a Cabo Rojo a jorobar la pita. Miraba el flamboyán del frente y ahora me molestaba sobremanera ver a las iguanas comiéndole las hojas, tan lindo que estaba, y empecé a desear tener un arma de fuego para enviarlas directo al infierno de las gallinas de palo.
El sexto día ya no aguantaba a los pollos basureros y salí a confrontarlos. Al salir inmediatamente se callaron. Entré al apartamento y volvieron a cantar. Salí y se callaron, Entré y cantaron. Charlatanes. El último día empacamos y salí a toda prisa del lugar, al fresco de Guavate y al canto de pollos conocidos. A internet 4G LTE ilimitada. Pero juraría, por los ruidos que escuchaba por la autopista, que los pájaros malditos me siguieron todo el camino hasta Cayey.
(segundo intento) Te decía que por fin veo al Edwin buen escritor y con sentido del humor que había echado de menos.. No te vuelvas a alejar..
ResponderBorrarJejejeje...el lunes pasado (9 de mayo) te escuché por Radio Univesidad y me encantó saber que sigues en Cayey!! Fui tu estudiante hace ya un tiempito algo larguito.....y nos vimos en NYC cuando yo vivia en Boston....Tal vez no lo recuerdas!! Pero me ha encantado saber de ti!1 Y me encanta como escribes....algún día comenzaré mi blog! Soy Ioannis Torres! Saludos y bendiciones!!
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