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sábado, 8 de diciembre de 2007

Cosas Que Mister Colón(ia) No Me Enseñó

La mayor parte de las cosas que aprendí en la escuela sobre Puerto Rico las aprendí por mí mismo. La razón es sencilla: nunca me las enseñaron. Para colmo cuando fui a la universidad sólo me requirieron un curso de un semestre sobre historia de Puerto Rico. Hice un bachillerato en biología con una concentración menor en pedagogía en ciencias. Entre los requisitos para solicitar la licencia que expide el Departamento de Educación estaba, y aún está, un curso de sólo un semestre de historia de Puerto Rico más un curso de un semestre de historia de Estados Unidos. Nuestro sistema de enseñanza nos ha llevado el mensaje subliminal de que la historia de Estados Unidos tiene la misma importancia que la nuestra. Es parte de una estrategia de americanización de los puertorriqueños a través de la educación. Es como el yodo que se le echa a la sal para asegurarnos de que obtengamos ese elemento.

Luego estaba el adoctrinamiento social donde todo lo americano (entiéndase estadounidense, que americanos somos todos) era grande y bueno. Los huevos grandes eran americanos, aunque fueran de gallinas jayuyanas. Las avispas grandes eran americanas también aunque volaban en nuestros campos. Si eras alto y rubio parecías americano aunque fueras de Lares con un fenotipo heredado directamente de Las Canarias. Sólo en Estados Unidos nevaba, a juzgar por las fotos y las discusiones del “weather” en el salón. Y la nieve era tan sublime que los puertorriqueños estaríamos condenados al sufrimiento de jamás poder tocarla. Por eso Doña Felisa Rincón de Gautier, cuando era alcaldesa de San Juan, trajo nieve a Puerto Rico, para que los niños pobres pudieran jugar en ella. Por supuesto que el rubio sol de Borinquen se encargó de convertir aquella pila en una plasta resbalosa y derretida, con el mensaje poderoso, que pocos captaron, de que aquí hay cosas mejores. Sí porque nunca, o poco, nos hablaron de las bahías bioluminiscentes, mucho más gloriosas que la nieve pasajera e invernal y que no existían en Estados Unidos. Ni del Bosque Seco de Guánica, que por poco destruyen con un Club Med que harían por el lugar. Sabíamos que había cavernas en Camuy pero nada del significado ambiental de éstas ni que son de categoría mundial. De la zona del Karso, una de las pocas del mundo, nada. Del maravilloso origen volcánico de Puerto Rico, nacarile del oriente.

Simón Bolívar pisó suelo boricua en Vieques y no nos lo dijeron. La policía local, controlada por el gobierno americano, llevó a cabo masacres en Río Piedras y en Ponce, entre otras, y en la escuela lo callaron. La legislatura de Puerto Rico, presididida por José de Diego, rechazó la ciudadanía americana impuesta en el 1917 y no nos enteramos. Nos dijeron que en Puerto Rico no hubo una invasión en el 1898 sino un cambio de soberanía. Nunca nos dijeron que durante la primera mitad el siglo veinte, bajo el dominio americano, Puerto Rico era el país más pobre de todo el Caribe. Se le conocía como “The Poorhouse of the Caribbean”. No nos dijeron que el largo de vida promedio rondaba los 40 y pico de años. La gente moría de disentería, tuberculosis y malnutrición. Bajo el gobierno de los Estados Unidos, por supuesto. Que los americanos decretaron que toda la enseñanza en las escuelas públicas sería en inglés solamente, prohibiendo así el español en el sistema educativo. De ahí surgió la inspiración para el cuento Santa Cló va a la Cuchilla, de Don Abelardo Díaz Alfaro. Callaron el hecho de que Pedro Albizu Campos, ante esta situación, se levantó en armas con un puñado de seguidores, contra el imperio más poderoso de la tierra. Y callaron que a Don Pedro lo mataron irradiándolo con isótopos radioactivos.


Nos despojaron del conocimiento de la gloriosa lucha conjunta de cubanos y puertorriqueños durante la Guerra de la Independencia del hermano país. No nos dijeron que en Cuba hay héroes boricuas enterrados. Sí nos dieron a entender que, después de Satanás, Fidel Castro era lo peor que le había pasado a la humanidad. Del corrupto dictador cubano Fulgencio Batista no nos hablaron. Nos ocultaron que Cuba cuenta con el mejor sistema de salud del hemisferio. Sabíamos que nuestro regimiento 65 de Infantería había sido famoso porque nombraron una avenida en honor a ellos. Pero no nos dijeron que los americanos los usaron como carne de cañón en la Guerra de Corea. Los mandaban al frente a conquistar colinas, y los americanos blancos atrás esperando a que los boricuas les hicieran el trabajo.

Ocultaron el hecho de que nuestras mujeres fueron usadas como conejillas de Indias para experimentos con la pastilla anticonceptiva. Vinieron aquí porque en Estados Unidos se lo prohibieron a Pincus y asociados. Pincus et al. manipularon resultados e ignoraron informes de que las dosis que estaban administrando estaban causando serios efectos secundarios e incluso la muerte. No nos enteramos de que en la antigua Escuela de Medicina Tropical el Dr. Lorenzo Galindo enviaba cadáveres robados a Estados Unidos durante los 1960’s para el Proyecto Sunshine del gobierno de Estados Unidos. No nos hablaron de La Operación, proyecto del gobierno popular de Luis Muños Marín que resultó en la esterilización de casi un tercio de nuestra mujeres en edad reproductiva, sin que la mayoría de éstas se enteraran. El control forzoso de la natalidad en Puerto Rico, auspiciado por el gobierno de Estados Unidos, es un acto inconcluso de agresión nacional que no ha sido debidamente investigado. Por supuesto ocultaron también los asesinatos de ocho puertorriqueños a manos del Dr. Cornelius P. Rhoads, inyección de sustancias radioactivas a pacientes en el antiguo Hospital de Veteranos, y los experimentos con el agente naranja en nuestros bosques, entre muchos otros. Aún hoy lo hacen. Recientemente nos enteramos de que se está probando una vacuna contra el dengue usando a puertorriqueños como organismos experimentales.

No aprendí estas cosas porque los cursos de historia de Puerto Rico terminaban en el 1898 con el “cambio de soberanía”. Desde esa fecha en adelante no había historia puertorriqueña, salvo uno que otro evento subrayado como el establecimiento del Estado Libre Asociado en el 1952 y…no recuerdo otro. Así fue que crecí como un ser colonizado. Esa costra que te tapa los sentidos y te hace creer inconcientemente que aquellos son, por razones divinas, superiores. Hasta que te das cuenta de que Diego Salcedo es tan mortal como tú. Algunos hemos tenido la suerte de ver. La venda de los ojos fue quitada por algún evento o experiencia que te hace cuestionar las cosas. Alguna anomalía de lo establecido, como diría Thomas Kuhn. En mi caso fue el irme a estudiar a Estados Unidos. No tuve una experiencia reveladora como Pablo el perseguidor de cristianos cuando se cayó del caballo.

Fue difusión y ósmosis. Fue la vez que, recién llegado de Puerto Rico, hice mi primera compra en un supermercado. Pagué con cheques de viajero de American Express, “as good as money”. La cajera me envió a ver al gerente para la aprobación de rutina. Al ver mi identificación, licencia de conducir de Puerto Rico, me dijo que no podía aceptarla. Le custioné, le dí un mini curso de relaciones políticas entre los dos países, y de Finanzas 101 (eran cheques de American Express, por el amor de Dios) y no se inmutó. Regresé a la cajera y le dije que guardara la compra porque no me la podía llevar. Ella no lo podía creer lo que me hizo pensar que no todos los americanos eran tan malos como el gerente infernal aquel. Días después fui a la estación de correo a cambiar un giro postal que me habían enviado. El cajero cartero no me lo quiso cambiar porque era de Puerto Rico. Le expliqué que no, que era de ellos, del Servicio Postal de Estados Unidos, porque ni eso podemos tener en nuestro país. Se negó a cambiarlo.

Fue también la vez que para abrir una cuenta de banco me pidieron la tarjeta verde. Le expliqué que los americanos nos habían hecho ciudadanos americanos. Yo había nacido en New Jersey pero nunca me acordaba de esto e insistía que todos los nacidos en Puerto Rico éramos ciudadanos de Estados Unidos. Fue la noche que fui con una amiga a una especie de café teatro puertorriqueño en El Barrio. De pronto hizo su entrada Juan Antonio Corretjer. Lo invitaron a la tarima y en medio del discurso le pasaron un papelito. Entonces anunció emocionado que el Ejército Popular Boricua, Los Macheteros, lo acababan de nombrar Comandante. La lotería de la historia hizo que me pegara aquella noche pues terminado su discurso se sentó en mi mesa y tuve la oportunidad de intercambiar algunas palabras con él.

Fue el día que el profesor de un curso graduado de Hematología nos entregó las notas. Casi todo el mundo había fracasado y sólo había tres calificaciones de A. Las habíamos sacado los tres puertorriqueños del grupo. O fue cuando le entregaron al Dr. Paul Margolin (QEPD), quien era mi mentor de tesis, mi calificación en el examen escrito doctoral. Yo no estaba presente pero Walid Samarrai, mi amigo iraquí, estaba y vio cuando el otro profesor le dijo al Dr. Margolin “seems like he passed” (parece que lo aprobó), le tiró mi examen sobre el escritorio y se fue. El “seems like he passed’ fue que me enteré a los pocos días que había sacado la calificación más alta de todo el sistema de City University of New York ese año. Lo que me salvó fue que no se ponía el nombre sino un apodo de tal manera que los que lo corregían no sabían que aquél era mi examen y presumieron que era uno de los de ellos.

La gran mayoría de los puertorriqueños en esta isla no entiende el nivel de discriminación a los que son sometidos los boricuas en Estados Unidos. Y no importa si eres blanco y rubio. Irónicamente ellos tienen muy claro algo que en Puerto Rico no se entiende. Somos gente diferente no por el color de la piel sino por la envidiable carga histórica que nos otorga el ser una nación. Y es cuando reconoces eso que el vendaje se cae. La costra se despega. Entonces recibes el bautismo nacional que se manifiesta no en lenguas extrañas sino en una fuerza y un orgullo que se te mete por los pies, te pasa por el corazón y retumba en la cabeza como una bomba. Y al ritmo de tambores africanos mezclados con ritmos ibéricos y alabanzas taínas a Yuquiyú levantas lentamente la mirada, posas los ojos en las pupilas del colonizador y le preguntas: “¿Qué es lo que te pasa a ti”?

© Edwin Vázquez de Jesús
Universidad de Puerto Rico en Cayey