Era mi mayor logro. Junio del 1998. Después de lo que me pareció toda una vida luchando por mi mayor meta había llegado el día. Mi graduación para el grado doctoral. Estaba en el teatro de la Universidad de Puerto Rico en Río Piedras en la tarima. Estaban los altos oficiales de la Universidad. Sólo unos diez estudiantes de todas las facultades alcanzábamos el grado supremo de la Academia ese año. El teatro lleno. Y yo de frente al público mientras la doctora Graciela Candelas, mi mentora y guía doctoral, me colocaba la esclavina en una ceremonia que data del medioevo.
Pensé en el Dr. Paul Margolin, mi mentor en City University of New York y quien había fallecido repentinamente de un ataque cardiaco. Por eso había regresado a Puerto Rico. A completar la meta. El recinto lleno. Y la Dra. Candelas colocándome la esclavina con todo el orgullo dibujado en sus ojos. Y en los míos. Entonces la busqué entre el público. Ante tanto gente, muchos de pie. Entonces la vi. Porque saltaba de alegría. Porque aplaudía alocadamente y me saludaba. Amaris tenía siete años. Mis otras hijas no habían nacido. Entonces se cerraron todos los círculos. Se juntaron los principios con los finales. El universo se comprimió en el punto donde mi hija saltaba. Y la verdad absoluta me rodó por los labios como el contemplado de Pedro Salinas.
El mayor logro no estaba detrás de mí en la ceremonia sino al frente. Mi mayor logro no había sido el doctorado sino Amaris. Mi mayor satisfacción no era que me graduaba sino que Amaris estaba orgullosa de mí. En este día de los padres, felicidades a todos los que han logrado que sus hijos e hijas se sientan orgullosos. En este mes de las graduaciones felicidades a los graduandos por sus logros, y que encuentren en la multitud a los que los aman.
Pensé en el Dr. Paul Margolin, mi mentor en City University of New York y quien había fallecido repentinamente de un ataque cardiaco. Por eso había regresado a Puerto Rico. A completar la meta. El recinto lleno. Y la Dra. Candelas colocándome la esclavina con todo el orgullo dibujado en sus ojos. Y en los míos. Entonces la busqué entre el público. Ante tanto gente, muchos de pie. Entonces la vi. Porque saltaba de alegría. Porque aplaudía alocadamente y me saludaba. Amaris tenía siete años. Mis otras hijas no habían nacido. Entonces se cerraron todos los círculos. Se juntaron los principios con los finales. El universo se comprimió en el punto donde mi hija saltaba. Y la verdad absoluta me rodó por los labios como el contemplado de Pedro Salinas.
El mayor logro no estaba detrás de mí en la ceremonia sino al frente. Mi mayor logro no había sido el doctorado sino Amaris. Mi mayor satisfacción no era que me graduaba sino que Amaris estaba orgullosa de mí. En este día de los padres, felicidades a todos los que han logrado que sus hijos e hijas se sientan orgullosos. En este mes de las graduaciones felicidades a los graduandos por sus logros, y que encuentren en la multitud a los que los aman.
que bello!!
ResponderBorrarque bellooooo!!
ResponderBorrar¡Gracias!
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