Edwin Vázquez de Jesús
Universidad de Puerto Rico en Cayey
Mi esposa y yo dormimos varios meses en el piso. Casi un año. Bueno, sobre colchones en el piso. Esta es la historia y había tratado de olvidarla. Pero un anuncio de una reconocida mueblería me hizo recordarla. Y sufrirla otra vez. Nos habían entregado nuestra nueva casa por lo que había que comprar muebles nuevos. Así es esto. Casa nueva, que te sale en un ojo de la cara y te deja más pelado que un chucho, que no sé qué significa pero es malísimo, y para colmo hay que meterle muebles nuevos. El caso es que fuimos a la susodicha mueblería, cuyo nombre no mencionaré, ubicada en Hato Rey, cerca de un famosísimo centro comercial, que no mencionaré y vimos la gran variedad de cuartos llenos de muebles que tenían. Es como si vendieran los cuartos para llevárselos. Buscábamos un juego de cuarto. Era domingo y aquello estaba atestado de gente. Increíble la cantidad de gente que en un domingo dado necesitan juegos de cuarto, de sala, cocina, de balcón. Literalmente era difícil moverse por la mueblería. Vimos los juegos de cuarto que queríamos. Serían tres: uno para Amaris, otro para Patricia y uno para nosotros. Llamamos a la muchacha, nos llenó los papeles y nos dijo que los entregarían el martes. Sí, porque como nos enteraríamos más tarde, esa mueblería sólo entregaba muebles a Cayey los martes. O sea, que si algo llegaba incompleto había que esperar al próximo martes y así sucesivamente. No sé a qué pueblo le entregaban los miércoles, o los lunes.
Llegó el martes, hice los arreglos en mi trabajo, y esperé ansioso el camión. A eso de las 5:00 P.M., porque por supuesto no sería en la mañana, escuché un estruendo subiendo por la cuesta que da a mi casa. Permítanme explicarles algo sobre el lugar donde vivo. Estoy en el tope de una pequeña loma, en medio de un pequeño bosque. La cuesta tiene varias curvas de casi noventa grados. Lo que llaman por ahí curvas cerradas. Me asomo y veo con horror un camión de carga, de los que cargan furgones, con un furgón subiendo la cuesta. Está atascado en una de las curvas. Ahora el chofer, que merece un trofeo, empieza a dar para atrás y para adelante poco a poco, ganándole una pulgada a la cuesta con cada movimiento. No se rinde. El vecindario se ha enterado. Y de alguna manera, después de destruirle las ramas a varios árboles, y de destruir varios árboles, hace la curva. La primera. La segunda. Y la tercera. Son tres. Ahora mete en reversa el monstruo hasta el patio de mi casa, abre la compuerta y allí veo con emoción las cajas. Sube los colchones al segundo piso, los largueros, el espaldar, las mesitas y toda la parafernalia propia de un juego de cuarto. Monta el juego de Patricia, el de Amaris y nos da unos papeles para firmar. Falta uno, le digo. -No, no faltan, son dos- me dice con toda la seguridad del mundo. Me pregunto de dónde sacaron al tipo. Él llama a la mueblería y le confirman que se le ha quedado todo un juego de cuarto. Respiro hondo y como sé que estas cosas pasan me lleno de paciencia. Le pregunto si no tienen camiones más pequeños y me confirma que sí, que ha hecho la anotación y que el próximo martes vendrán en un camioncito.
Llega el próximo martes y miro con gusto el camioncito subir sin dificultad la cuesta. Baja el juego de cuarto, sube el juego de cuarto, monta los largueros (por ahí le dicen el “freim”), pone los colchones y efectivamente, éstos no caen en su sitio. Desmonta los largueros, monta los largueros, pone los colchones y siguen igual. No han aumentado de tamaño y los colchones todavía no caen. Ahora me mira y proclama, como si estuviera hablando con un idiota, que los largueros no sirven. Una vez fui a un médico con una infección de oídos. Le dije que tenía una infección de oídos. El médico me examinó, me miró y declaró que yo tenía una infección de oídos. Le puse cara de idiota, porque no encuentro qué cara poner ante las idioteces. Así miré al montador de camas. Se quedó mirándome como esperando que yo le diera una explicación. Yo seguí con mi cara de idiota. No me iba a rendir. Finalmente me dijo que tenía que traer otros largueros. Este tipo podía ser candidato a senador o representante. Pero para lo que yo no estaba listo era para lo que saldría por su boca luego: el próximo martes me los traería. Yo me ofrecí a buscarlos, pero me explicó que él tenía que llenar un informe sobre el problema de los largueros, que si esto, que si aquello, y que existía la posibilidad de que yo me trajera los largueros incorrectos. Le pedí entonces que desmontara el freim y pusiera los colchones sobre el piso para poder dormir sobre una superficie blanda. Anteriormente habíamos estado durmiendo sobre un colchoncito. Muy romántica la cosa, de hecho. Así estuvimos mi esposa y yo por una semana. Era confuso por las mañanas cuando me levantaba y me tiraba porque en realidad ya estaba en el piso.
Una semana después, martes por supuesto, veo con horror un furgón gigantesco subiendo la cuesta. Pero este era otro tipo y no tenía la agilidad para subir el monstruo por lo que pronto se rindió y se quedó abajo en la carretera principal. Bajo en mi Xterra y me dice que el camión es muy grande y no podía subir la cuesta. Me acordé de mi médico. Otro candidato al Senado de Puerto Rico. Montamos los largueros en mi carro, monto al tipo en mi carro, subimos la cuesta, lleva los largueros al cuarto y proclama rápidamente que son los mismos largueros equivocados. Ah, porque eso sí, los anteriores me los habían dejado en una esquina del cuarto. El tipo se va, anota que la próxima vez, el próximo martes, deben enviar un camión pequeño, y llamo furioso a servicio al cliente. La mujer me pregunta que si cómo es la cama, que si cómo son los largueros, y yo gritándole que buscara la orden de compra en su computadora, que si alguien sabía cuál era el modelo de la cama eran ellos. Que si el tipo de larguero lo sabían ellos. Que yo soy biólogo molecular y no sé un pepino de largueros.
Llega el otro martes y otra vez el maldito furgón gigantesco, y otra vez un tipo distinto declarándome la imposibilidad física de subir el maldito camión, y la ira mayúscula mía cuando el tipo entra a mi cuarto y declara que los largueros que trae son los mismos que los de las dos veces anteriores. Ahora se va y tengo un montón de barras de metal contra una pared, largueros trillizos maldita sea, y nosotros durmiendo en colchones en el piso, y yo por las mañanas bajándome de la cama y chocando con el piso porque estaba ya en el piso. Ahora mis llamadas son más iracundas. Y mi esposa llamando iracunda. Y que ahora teníamos que esperar a encontrar los largueros correctos. Que no sabían qué pasaba. Sentía que me iba a dar una infección de oídos otra vez.
Casi un año transcurrió en esta comedia de horrores. Literalmente. Se solucionó la cosa cuando nos enviaron a un analista de camas. Algo así era el título. Ingeniero de largueros. O supervisor de colchones sobre el suelo. Qué se yo. El tipo llegó, subió al cuarto y nos preguntó a mi esposa y a mí que cuál era el problema. Hasta los largueros trillizos lo miraron con enojo. –Que los largueros no son los que son- le dije mientras sentía algo apretárseme en el pecho. El tipo sacó una regla y midió los colchones. Midió los largueros-Estos largueros no son para esta cama- dijo. Este podría presidir la Cámara de Representantes. El pecho se me apretó más. Me mordí la lengua. Mi esposa se mordió la lengua. Entonces mi esposa y yo fuimos testigos de una escena irreal. El analista ingeniero supervisor de camas sin el larguero correspondiente sacó una cámara digital. Fotografió los colchones por todos los ángulos. Por el norte, por el este, el oeste y el sur. Fotografió los largueros. Les puso objetos al lado de referencia. Como esas fotos de insectos con una moneda de un centavo o una caja de fósforos al lado. Y mientras él hacía eso en alguna neurona de nuestros cerebros a mi esposa y a mí se nos soltaron las compuertas de la risa.
Era tan ridículo aquello que comenzamos a reír con todas nuestras fuerzas pero de la peor manera. En silencio. Me ha pasado en varias reuniones. Se abre alguna compuerta emocional y como no podemos soltar las carcajadas ante la solemnidad del momento (el tipo se veía muy profesional sacándole fotos a la cama), toda la energía se va a los músculos abdominales, se dificulta la respiración y comenzamos a llorar, todo en un silencio insoportable. La barriga tiembla y pareciera como si la risa fuera a salírsenos por el ombligo como un globo pinchado por un alfiler. Para colmo el hombre me mira para hablarme y yo con los ojos aguados. Él habrá pensado que era del sufrimiento de dormir en el piso. Por supuesto le contesto con monosílabos porque era incapaz de construir una oración sin estallar de risas en su cara.
Al fin, el próximo martes trajeron los largueros correctos. Bajé en mi Xterra para subirlos junto al nuevo chofer que no podía subir el furgón gigantesco por la cuesta. Con emoción vimos cómo los colchones cayeron en su sitio. –Estos son los largueros- me dijo el tipo. Yo lo miré con cara de idiota. Por fin esa noche dormimos como tenía que ser. Pena que al otro día me di un golpe cuando me levanté de la cama y el piso ya no estaba a mi mismo nivel.
Universidad de Puerto Rico en Cayey
Mi esposa y yo dormimos varios meses en el piso. Casi un año. Bueno, sobre colchones en el piso. Esta es la historia y había tratado de olvidarla. Pero un anuncio de una reconocida mueblería me hizo recordarla. Y sufrirla otra vez. Nos habían entregado nuestra nueva casa por lo que había que comprar muebles nuevos. Así es esto. Casa nueva, que te sale en un ojo de la cara y te deja más pelado que un chucho, que no sé qué significa pero es malísimo, y para colmo hay que meterle muebles nuevos. El caso es que fuimos a la susodicha mueblería, cuyo nombre no mencionaré, ubicada en Hato Rey, cerca de un famosísimo centro comercial, que no mencionaré y vimos la gran variedad de cuartos llenos de muebles que tenían. Es como si vendieran los cuartos para llevárselos. Buscábamos un juego de cuarto. Era domingo y aquello estaba atestado de gente. Increíble la cantidad de gente que en un domingo dado necesitan juegos de cuarto, de sala, cocina, de balcón. Literalmente era difícil moverse por la mueblería. Vimos los juegos de cuarto que queríamos. Serían tres: uno para Amaris, otro para Patricia y uno para nosotros. Llamamos a la muchacha, nos llenó los papeles y nos dijo que los entregarían el martes. Sí, porque como nos enteraríamos más tarde, esa mueblería sólo entregaba muebles a Cayey los martes. O sea, que si algo llegaba incompleto había que esperar al próximo martes y así sucesivamente. No sé a qué pueblo le entregaban los miércoles, o los lunes.
Llegó el martes, hice los arreglos en mi trabajo, y esperé ansioso el camión. A eso de las 5:00 P.M., porque por supuesto no sería en la mañana, escuché un estruendo subiendo por la cuesta que da a mi casa. Permítanme explicarles algo sobre el lugar donde vivo. Estoy en el tope de una pequeña loma, en medio de un pequeño bosque. La cuesta tiene varias curvas de casi noventa grados. Lo que llaman por ahí curvas cerradas. Me asomo y veo con horror un camión de carga, de los que cargan furgones, con un furgón subiendo la cuesta. Está atascado en una de las curvas. Ahora el chofer, que merece un trofeo, empieza a dar para atrás y para adelante poco a poco, ganándole una pulgada a la cuesta con cada movimiento. No se rinde. El vecindario se ha enterado. Y de alguna manera, después de destruirle las ramas a varios árboles, y de destruir varios árboles, hace la curva. La primera. La segunda. Y la tercera. Son tres. Ahora mete en reversa el monstruo hasta el patio de mi casa, abre la compuerta y allí veo con emoción las cajas. Sube los colchones al segundo piso, los largueros, el espaldar, las mesitas y toda la parafernalia propia de un juego de cuarto. Monta el juego de Patricia, el de Amaris y nos da unos papeles para firmar. Falta uno, le digo. -No, no faltan, son dos- me dice con toda la seguridad del mundo. Me pregunto de dónde sacaron al tipo. Él llama a la mueblería y le confirman que se le ha quedado todo un juego de cuarto. Respiro hondo y como sé que estas cosas pasan me lleno de paciencia. Le pregunto si no tienen camiones más pequeños y me confirma que sí, que ha hecho la anotación y que el próximo martes vendrán en un camioncito.
Llega el próximo martes y miro con gusto el camioncito subir sin dificultad la cuesta. Baja el juego de cuarto, sube el juego de cuarto, monta los largueros (por ahí le dicen el “freim”), pone los colchones y efectivamente, éstos no caen en su sitio. Desmonta los largueros, monta los largueros, pone los colchones y siguen igual. No han aumentado de tamaño y los colchones todavía no caen. Ahora me mira y proclama, como si estuviera hablando con un idiota, que los largueros no sirven. Una vez fui a un médico con una infección de oídos. Le dije que tenía una infección de oídos. El médico me examinó, me miró y declaró que yo tenía una infección de oídos. Le puse cara de idiota, porque no encuentro qué cara poner ante las idioteces. Así miré al montador de camas. Se quedó mirándome como esperando que yo le diera una explicación. Yo seguí con mi cara de idiota. No me iba a rendir. Finalmente me dijo que tenía que traer otros largueros. Este tipo podía ser candidato a senador o representante. Pero para lo que yo no estaba listo era para lo que saldría por su boca luego: el próximo martes me los traería. Yo me ofrecí a buscarlos, pero me explicó que él tenía que llenar un informe sobre el problema de los largueros, que si esto, que si aquello, y que existía la posibilidad de que yo me trajera los largueros incorrectos. Le pedí entonces que desmontara el freim y pusiera los colchones sobre el piso para poder dormir sobre una superficie blanda. Anteriormente habíamos estado durmiendo sobre un colchoncito. Muy romántica la cosa, de hecho. Así estuvimos mi esposa y yo por una semana. Era confuso por las mañanas cuando me levantaba y me tiraba porque en realidad ya estaba en el piso.
Una semana después, martes por supuesto, veo con horror un furgón gigantesco subiendo la cuesta. Pero este era otro tipo y no tenía la agilidad para subir el monstruo por lo que pronto se rindió y se quedó abajo en la carretera principal. Bajo en mi Xterra y me dice que el camión es muy grande y no podía subir la cuesta. Me acordé de mi médico. Otro candidato al Senado de Puerto Rico. Montamos los largueros en mi carro, monto al tipo en mi carro, subimos la cuesta, lleva los largueros al cuarto y proclama rápidamente que son los mismos largueros equivocados. Ah, porque eso sí, los anteriores me los habían dejado en una esquina del cuarto. El tipo se va, anota que la próxima vez, el próximo martes, deben enviar un camión pequeño, y llamo furioso a servicio al cliente. La mujer me pregunta que si cómo es la cama, que si cómo son los largueros, y yo gritándole que buscara la orden de compra en su computadora, que si alguien sabía cuál era el modelo de la cama eran ellos. Que si el tipo de larguero lo sabían ellos. Que yo soy biólogo molecular y no sé un pepino de largueros.
Llega el otro martes y otra vez el maldito furgón gigantesco, y otra vez un tipo distinto declarándome la imposibilidad física de subir el maldito camión, y la ira mayúscula mía cuando el tipo entra a mi cuarto y declara que los largueros que trae son los mismos que los de las dos veces anteriores. Ahora se va y tengo un montón de barras de metal contra una pared, largueros trillizos maldita sea, y nosotros durmiendo en colchones en el piso, y yo por las mañanas bajándome de la cama y chocando con el piso porque estaba ya en el piso. Ahora mis llamadas son más iracundas. Y mi esposa llamando iracunda. Y que ahora teníamos que esperar a encontrar los largueros correctos. Que no sabían qué pasaba. Sentía que me iba a dar una infección de oídos otra vez.
Casi un año transcurrió en esta comedia de horrores. Literalmente. Se solucionó la cosa cuando nos enviaron a un analista de camas. Algo así era el título. Ingeniero de largueros. O supervisor de colchones sobre el suelo. Qué se yo. El tipo llegó, subió al cuarto y nos preguntó a mi esposa y a mí que cuál era el problema. Hasta los largueros trillizos lo miraron con enojo. –Que los largueros no son los que son- le dije mientras sentía algo apretárseme en el pecho. El tipo sacó una regla y midió los colchones. Midió los largueros-Estos largueros no son para esta cama- dijo. Este podría presidir la Cámara de Representantes. El pecho se me apretó más. Me mordí la lengua. Mi esposa se mordió la lengua. Entonces mi esposa y yo fuimos testigos de una escena irreal. El analista ingeniero supervisor de camas sin el larguero correspondiente sacó una cámara digital. Fotografió los colchones por todos los ángulos. Por el norte, por el este, el oeste y el sur. Fotografió los largueros. Les puso objetos al lado de referencia. Como esas fotos de insectos con una moneda de un centavo o una caja de fósforos al lado. Y mientras él hacía eso en alguna neurona de nuestros cerebros a mi esposa y a mí se nos soltaron las compuertas de la risa.
Era tan ridículo aquello que comenzamos a reír con todas nuestras fuerzas pero de la peor manera. En silencio. Me ha pasado en varias reuniones. Se abre alguna compuerta emocional y como no podemos soltar las carcajadas ante la solemnidad del momento (el tipo se veía muy profesional sacándole fotos a la cama), toda la energía se va a los músculos abdominales, se dificulta la respiración y comenzamos a llorar, todo en un silencio insoportable. La barriga tiembla y pareciera como si la risa fuera a salírsenos por el ombligo como un globo pinchado por un alfiler. Para colmo el hombre me mira para hablarme y yo con los ojos aguados. Él habrá pensado que era del sufrimiento de dormir en el piso. Por supuesto le contesto con monosílabos porque era incapaz de construir una oración sin estallar de risas en su cara.
Al fin, el próximo martes trajeron los largueros correctos. Bajé en mi Xterra para subirlos junto al nuevo chofer que no podía subir el furgón gigantesco por la cuesta. Con emoción vimos cómo los colchones cayeron en su sitio. –Estos son los largueros- me dijo el tipo. Yo lo miré con cara de idiota. Por fin esa noche dormimos como tenía que ser. Pena que al otro día me di un golpe cuando me levanté de la cama y el piso ya no estaba a mi mismo nivel.
WOW!!!! No sabes como me has hecho reir... creo que hacian miles de años (los que no tengo) que no reia de esa forma...
ResponderBorrarNo puedo creer que haya tanta gente "Brillante" a nuestro alrededor... pero Edwin, que seria de nosotros sin esas personas que por mas molestos que estemos en algun momento al recordar el asunto tiempo despues... lo unico que nos provoca es una risa inaguantable...
Eres estupendo!!! Bravo... deberias ir pensando en hacer corto metrajes de tus historias... podrias llegar a ganar un premio...
Cuidate y espero que estes durmiendo COMODITO junto a tu esposa...
chucho1.
ResponderBorrar(De la voz onomat. chuch, con la que se llama al perro).
1. m. coloq. perro (‖ mamífero cánido).
2. m. Am. Mer. Pez pequeño como el arenque y de carne muy estimada.
3. m. Col. zarigüeya.
4. m. Cuba y Méx. obispo (‖ pez).
chucho.
1. interj. U. para contener o espantar al perro.
□ V.
edad del chucho
pata de chucho
chucho2.
(Del ingl. switch).
1. m. Cuba. En los ferrocarriles, aguja que sirve para el cambio de vía.
2. m. Cuba. Aparato que sirve para dejar pasar o interrumpir a voluntad una corriente eléctrica en un circuito determinado.
chucho3.
(Del quechua chujchu, frío de calentura).
1. m. Am. escalofrío.
2. m. Am. Fiebre producida por el paludismo, fiebre intermitente.
3. m. coloq. Arg., Par. y Ur. miedo (‖ recelo).
4. m. vulg. Chile. cárcel (‖ de presos).
chucho4.
(De chuzo, látigo).
1. m. Cuba y Ven. látigo (‖ azote).
chucho5.
(De la onomat. chu-chu, que imita el grito del ave).
1. m. Chile. Ave de rapiña, diurna y nocturna, de poco tamaño y cuyo graznido se toma vulgarmente como de mal agüero para la casa en que lo lanza.
Ay, Edwin...Lei este articulo en la cama, en mi "laptop" Y me he reido tanto que he "meao" la cama, el colchon y los largueros!!!
ResponderBorrarFulymike:
ResponderBorrarMenos mal que la laptop se salvó de los fluídos corporales.
Hey Mari: GRACIAS!
ResponderBorrarJejejeje....me hiciste reir....a la verdad que esa tienda tiene muchos cuentos similares...he escuchado tantos que jamás les compraría ni un larguero chiquitito!! :P
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