jueves, 27 de julio de 2006

La noche que Vivaldi me hizo llorar

Edwin Vázquez de Jesús

Hace muchos años dejé de fumar. Un día me asomé a la puerta, respiré aire puro y decidí que era el día. Nunca antes lo había tratado porque estaba claro de que sólo cuando estuviera convencido lo dejaría. Sabía que no iba a tratar de dejarlo. Sabía que lo dejaría para siempre no importaba las consecuencias. Fumaba un promedio de una cajetilla diaria. Si había fiesta o buena conversación con buen vino podía ser más.

Esa mañana me eché el cigarrillo a la boca, le acerqué el encendedor y lo apagué. Guardé el cigarrillo, me dirigí al trabajo y anuncié con bombos y platillos que había dejado de fumar para siempre. Todos me preguntaban que cuánto llevaba sin fumar y les decía que menos de una hora. Por supuesto no me creían. Busqué un tubo de ensayo, metí el cigarrillo aquel que por poco enciendo, lo tapé y lo guardé en mi escritorio. Hace muchos años y todavía tengo aquel último cigarrillo como testimonio de mi triunfo.

No fue fácil pero tampoco fue tan difícil como algunas personas me habían hecho pensar. No boté espuma por la boca, no convulsé por las noches, no me levanté gritando sudoroso por un cigarrillo. Cuando me daban deseos de fumar, que era a menudo, me echaba a la boca un dulce de menta. Me pasaba con un palillo de dientes en la boca. Para engañarla. Estuve en lo que llamaría una etapa difícil unos tres meses. Soñaba que fumaba. Disfrutaba cigarrillos con mis amistades en los sueños. Pero nunca estuve cerca de volver a fumar. No importaba cuán fuerte fuera el deseo estaba convencido de que no volvería. Y rompí en frío. Como los adictos a drogas. Que total la nicotina es más adictiva que la cocaína. Sólo que es legal. Pero nada de parchos ni goma de mascar con nicotina. Estaba convencido de que ponerme un parcho era aceptar mi propia debilidad, era evidencia de que en mi mente no había roto con el vicio, de que el cigarrillo era más fuerte que yo. Y había decidido que si fracasaba y volvía a fumar jamás en la vida volvería a dejar el cigarrillo. La nicotina habría triunfado.

Recuerdo una noche, unos ocho meses después de haber dejado de fumar, que estaba trabajando tarde en la noche en la computadora. Tenía una copa de vino sobre el escritorio, tomé un sorbo, y estaba tan concentrado en lo que escribía que olvidé el tiempo y el espacio. Sin mirar abrí la gaveta del escritorio buscando los cigarrillos que ya no fumaba, y que ya no estaban allí, metí la mano y escarbé entre los papeles buscando la cajetilla. Entonces desperté del momento maravillado de que buscara un cigarrillo sin desearlo conscientemente. Presumo que la combinación del trabajo en la computadora y la copa de vino activaron alguna secuencia neuronal en mi cerebro. Seguramente había hecho eso antes y el cerebro reclamaba su rutina. Sonreí complacido y prendí el radio.

Muchas veces había escuchado Las Cuatro Estaciones de Vivaldi. Era y sigue siendo una de mis piezas musicales favoritas. Pero ese día los mismos circuitos neuronales que reclamaban el cigarrillo del pasado querían revivir los momentos duros que creía olvidados. Estaban tocando El Invierno. Nunca había escuchado una interpretación tan dolorosa. El conductor era Leonard Bernstein pero no sé quiénes eran los violinistas. Mucho menos la orquesta. Aquellos violines entraban por los oídos y congelaban el alma. Y empecé a llorar. Recordé los peores momentos de mi vida. Los viví de nuevo. El dolor de los amores perdidos, las noches solitarias en Nueva York, la muerte de amigos. No entendía lo que pasaba. Dejé de escribir. Lloré como pocas veces. Y luego, cuando terminó la última nota, la paz más profunda del alma.

En algún estudio descubrieron que las lágrimas contienen una serie de sustancias tóxicas que si no salen nos pueden hacer daño. La implicación es que llorar es bueno para el bienestar físico. ¿Será por eso que después de un buen llanto la gente dice que se siente mucho mejor?

Nuestra sociedad ve con malos ojos que los hombres lloren. Es cosa de mujeres, dicen. A riesgo de sonar machista quizás por eso las mujeres viven en promedio cuatro años más que los hombres en este país. Botan las toxinas. Limpian el alma.

Hace tiempo no lloro. Con todo lo que está pasando en el país se me puede estar envenenando la sangre. Tengo que buscar mi disco de Vivaldi.

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