Edwin Vázquez de Jesús
Hoy comenzaron las clases y no me sentía preparado para ello. El tema era La Naturaleza de la Ciencia, tema que no sólo me fascina sino que domino bastante porque siempre me ha interesado el quehacer científico. Su impacto en la historia y en la sociedad. Cómo afectará el futuro. Llegué con mi computadora, proyecté el título de la presentación en PowerPoint, miré a los estudiantes y percibí que no era el momento. No dije absolutamente nada sobre la naturaleza de la ciencia. Me presenté de una manera más personal de lo usual. Les conté algunas anécdotas personales. Nos reímos juntos. Me hablaron de ellos. ¿Qué estudian? ¿Cuáles son sus planes para el futuro? ¿De dónde vienen? Hablaron y nos conocimos.
Llegué a mi casa en paz y decidí que era hora de actualizar el blog. Llevo unos tres días sin postear nada nuevo. Tengo varios temas dándome vueltas en la cabeza. Pero no es el momento. Quizás es que me siento tranquilo. Alguna estrella se conjuró con otra y estoy en paz. Una niebla espesa cubre el pequeño bosque donde vivo. Y me acordé de mi arroz guisado con habichuelas. Cómo disfruto hacerlo. Los elogios de los que lo comen. Lo rico que me queda.
Los hombres, y un número significativo de mujeres modernas, casi no sabemos cocinar. Yo por supuesto no sabía nada. Es una destreza que se le enseña a algunas niñas en una sociedad machista. En algún momento de mi vida me quedé solo y una de las cosas que decidí hacer fue aprender a cocinar. Comencé con el arroz, por supuesto. Sí porque el arroz es parte integral de nuestra dieta. Y debemos decirlo con orgullo. Pero no arroz solo. Arroz con habichuelas. Nuestro plato principal. No es el hamburguer (estoy tratando de buscar otro plato típico norteamericano pero no me acuerdo de ninguno). No es el hot dog.
Hace muchos años, en algún invierno, estaba en el aeropuerto Kennedy esperando un vuelo a San Juan. Lo cancelaron y nos enviaron a los pasajeros a un hotel hasta el otro día. En el taxi conmigo se sentaron dos chicas, una boricua y la otra gringa. Eran amigas y me contaron que iban de vacaciones a Puerto Rico. Me preguntaron que de dónde era y les dije con orgullo que de Puerto Rico. Charlamos animadamente pero me sentía más cómodo hablando con la gringa que con la boricua. Un yo no se qué. De pronto la boricua me disparó la pregunta. –“¿Por qué ustedes los puertorriqueños comen arroz con habichuelas todos los días?”- La pregunta me tomó por sorpresa porque yo nunca he comido arroz con habichuelas todos los días. Ojalá. A lo mejor tendría un cuerpo adonisíaco con esa dieta vegetariana. El "ustedes" me dejó más confundido aún porque fue ella quien se había declarado boricua.
En una fracción de segundos pensé en todos los puertorriqueños, todos los que conocía y ninguno comía el blanco con la colorá todos los días. Los habrá. Pero no los conozco. Miré confundido a la gringa. Ella estaba tan confundida como yo. Fue un non sequitur violento en la conversación. La pseudo boricua se quedó mirándome a los ojos esperando la respuesta. Lo único que salió por mi boca fue –“Yo casi no como arroz con habichuelas”- . E insistió. –“Pero por qué casi todos los puertorriqueños (menos uno porque me sacó de la ecuación) comen arroz con habichuelas todos los días”- Entonces asumí mi posición ofensiva de cara de idiota. Estaba ante una idiota así que idiotez tendría. Un fenómeno del cual había leído. Una puertorriqueña avergonzada. Una infeliz a la que el imperio la había hecho sentir menos que los demás. Y se desprendió de su puertorriqueñidad como las culebras se desprenden de su piel envejecida. Hizo una muda. Se sacó la piel, el alma y el espíritu allá en el imperio y se convirtió en otra cosa que yo no conocía. Con mi cara de idiota le dije la respuesta contundente: - “Los puertorriqueños no comemos arroz con habichuelas todos los días”-. Ahí estaba. Mi afirmación revolucionaria.
Por supuesto no quedó satisfecha. Me hizo algún otro comentario en inglés, porque toda la conversación transcurrió en inglés, pero no le hice caso. Me vi tentado a dispararle dos o tres verdades en español pero la norteamericana, antes gringa, merecía el respeto de entender la conversación y la ex boricua no se merecía que de mi boca salieran palabras del alma. Porque cuando los puetrtorriqueños hablamos con el alma lo hacemos en español. Como cuando le digo a mis hijas que las quiero. Como cuando hago el amor.
Ha pasado mucho tiempo de esa anécdota. Todavía no como arroz con habichuelas todos los días. Por supuesto que no. Ojalá lo hiciera. Pero a todos nos gusta variar la dieta, por favor. Variar los gustos.
Aprender a hacer arroz fue para mí una tarea difícil. La razón es que cometí el error de llamar a mami para que me explicara. Como todas las madres que han cocinado arroz toda una vida se le hizo difícil explicarme lo más importante. El asunto de las cantidades. Yo tenía el agravante de ser biólogo molecular, acostumbrado a medir cosas en microgramos y nanogramos. En mis las reacciones biológicas que llevaba a cabo en mis experimentos todo estaba medido al centavo molecular. Quinientos microgramos de DNA, una unidad de enzima, dos microlitros de búfer. Y entonces mami. –“Coges un poco de aceite y lo echas en el caldero. Entonces le echas sofrito y lo sofríes. Le echas agua y luego el arroz como a un dedo”-. Lo tapas, que hierva, lo mueves….”-.
Le colgué. Respiré profundo y le supliqué que me diera dos unidades de medida: cantidad y tiempo. Volvió-–“Coges un poco de aceite y lo echas en el caldero…”. Con esa información básica, porque no tendría otra, me dediqué a hacer mi primer arroz blanco. Dañé como cinco libras. Salía crudo. Ahumado. Quemado. Amogollado. Salado. Soso. Y un día…el arroz de mami.
No pasó mucho tiempo antes de que por intuición propia aplicara lo aprendido sobre el arroz para guisar habichuelas. Los principios son los mismos. Asunto de cantidad, tiempo y otra variable, calor. Y poco después el Xanadú: arroz guisado con habichuelas. El acompañante es otra historia que requerirá de alguna neblina, par de estrellas conjuradas, y una sensación de paz.
RECETAS
Arroz blanco
Esta es la receta básica. Una vez la domine juegue con ella. En un caldero eche dos tasas de agua con par de cucharadas de aceite. Añada un poco de sal. Algo así como un cuarto de una cuchara. Entre menos sal eche mejor porque si le queda soso puede corregirlo añadiendo más sal. Si le queda salado échelo al zafacón. Añada suficiente arroz como para que sobren unos tres centímetros de agua (una capa de agua que cubra al arroz totalmente). Mezcle, y espere a que hierva con el envase destapado. Cuando haya hervido y la capa de agua se haya evaporado, baje la temperatura al mínimo. Mueva el arroz con un cucharón asegurándose de que el que estaba abajo está ahora arriba. Par de vueltas del cucharón bastarán. Tape y aléjese del arroz. Mirar el caldero no acelerará ni mejorará la cocción. Váyase a sembrar tomates. Como a los cinco minutos, cuando el arroz esté bien seco, vuelva y vírelo. Aléjese y lea un libro. Vea una película. Como a los cinco minutos coteje el arroz. Pruebe par de granos de la superficie para ver si están cocidos. Cuando así sea apague el fuego. Coma arroz.
Habichuelas guisadas
En una olla eche par de cucharadas de aceite vegetal. Añada una o dos cucharadas de sofrito a gusto. Puede echar de esos sobre comerciales de cubitos de pollo y/o de res. Uno de cada uno está bien. Eche por lo menos medio pote de salsa de tomate. Sofría. Cuando el olor del sofrito caliente le haga gritar aleluya añada un pote de habichuelas cocidas (yo no he llegado al punto de usar habichuelas crudas, de las que hay que ablandar el día antes). Ahora añada un pote de agua (por favor, use el mismo pote vacío de habichuelas). Déjelas hervir y vaya probándolas a gusto.
La receta anterior es para habichuelas básicas. Unas habichuelas poderosas deben llevar más cosas. Échele una o dos hojas de orégano. Échele par de pedazos de jamón cocido o salchichón. Uno o dos ajíes no le vendrían mal. Una hoja de recao tampoco. Y si le puede echar par de trozos de papa gloria a Dios. Que hierva. Dance como los indios alrededor de la olla. Entre más hierva mejor. Si está sosa un poco de sal. Si está salada un poco de agua. Coma arroz con habicuelas guisadas. Como todos los puertorriqueños deberíamos comer todos los días. Aleluya.
Arroz guisado con habichuelas
Aquí hemos llegado al karma de la mezcla. Esta es mi receta. Usted varíe a gusto y gana. En una olla o caldero prepare la mezcla de habichuelas guisadas de la receta anterior. Échele varios trozos de jamón de cocinar. Todos los que quiera. No seamos hipócritas. No cortemos calorías aquí para mañana comernos tres huevos con tocinetas en el desayuno y dos chuletas en el almuerzo. Con refresco de dieta. Es más, si quiere échele dos o tres trozos de tocineta a la habichuela. Mézclelo bien. Ahora échele arroz suficiente como para que sobren unos seis centímetros de líquido por encima. ¿No sabe lo que son centímetros¿ Pues como científico no sé lo que es eso en pulgadas, el maldito sistema inglés de medidas que no tiene ni ton ni son. Googléelo. En mis experimentos es el sistema métrico todo el tiempo. Malditos ingleses. Canadá, Gran Bretaña, Estados Unidos, presumo que Australia y Nueva Zelandia, además de este punto minúsculo en el Caribe somos los únicos que usamos un sistema de medidas basado en estupideces como extremidades del cuerpo (del dedo pulgar la pulgada y del pie la medida homónima).
El resto es como antes. Hiérvalo sin tapar hasta que se haya evaporado la mayor parte del líquido de la superficie (no espere a que se evapore todo, se le va a quemar el arroz en el fondo) y baje la temperatura al mínimo. Muévalo para que el arroz que estaba abajo esté arriba. Tape. Ahora váyase a sembrar tomates un rato que a mí me ha venido como una gran terapia de sanación mental en este país de locuras. Regrese como a los cinco minutos y voltee el arroz otra vez. Tape la olla. De cuando en cuando coteje el arroz de la superficie. Si está bien cocido terminó. Coma arroz guisado con habichuelas. Y si es un fanático de los granos como yo cómaselo con habichuelas guisadas aparte. Como para una dieta diaria.
Nota: en la receta de habichuelas guisadas y de arroz guisado con habichuelas no tenga miedo de experimentar. Yo le he echado a ambos albahaca, comino, ají picante, eneldo, un toque de ajo, y otras especias que por su sabor causaron en algún momento de la historia que un genovés se montara con dos o tres locos más a buscar especias a la India. Terminaron en el Caribe. Todo por la cocina.
Hoy comenzaron las clases y no me sentía preparado para ello. El tema era La Naturaleza de la Ciencia, tema que no sólo me fascina sino que domino bastante porque siempre me ha interesado el quehacer científico. Su impacto en la historia y en la sociedad. Cómo afectará el futuro. Llegué con mi computadora, proyecté el título de la presentación en PowerPoint, miré a los estudiantes y percibí que no era el momento. No dije absolutamente nada sobre la naturaleza de la ciencia. Me presenté de una manera más personal de lo usual. Les conté algunas anécdotas personales. Nos reímos juntos. Me hablaron de ellos. ¿Qué estudian? ¿Cuáles son sus planes para el futuro? ¿De dónde vienen? Hablaron y nos conocimos.
Llegué a mi casa en paz y decidí que era hora de actualizar el blog. Llevo unos tres días sin postear nada nuevo. Tengo varios temas dándome vueltas en la cabeza. Pero no es el momento. Quizás es que me siento tranquilo. Alguna estrella se conjuró con otra y estoy en paz. Una niebla espesa cubre el pequeño bosque donde vivo. Y me acordé de mi arroz guisado con habichuelas. Cómo disfruto hacerlo. Los elogios de los que lo comen. Lo rico que me queda.
Los hombres, y un número significativo de mujeres modernas, casi no sabemos cocinar. Yo por supuesto no sabía nada. Es una destreza que se le enseña a algunas niñas en una sociedad machista. En algún momento de mi vida me quedé solo y una de las cosas que decidí hacer fue aprender a cocinar. Comencé con el arroz, por supuesto. Sí porque el arroz es parte integral de nuestra dieta. Y debemos decirlo con orgullo. Pero no arroz solo. Arroz con habichuelas. Nuestro plato principal. No es el hamburguer (estoy tratando de buscar otro plato típico norteamericano pero no me acuerdo de ninguno). No es el hot dog.
Hace muchos años, en algún invierno, estaba en el aeropuerto Kennedy esperando un vuelo a San Juan. Lo cancelaron y nos enviaron a los pasajeros a un hotel hasta el otro día. En el taxi conmigo se sentaron dos chicas, una boricua y la otra gringa. Eran amigas y me contaron que iban de vacaciones a Puerto Rico. Me preguntaron que de dónde era y les dije con orgullo que de Puerto Rico. Charlamos animadamente pero me sentía más cómodo hablando con la gringa que con la boricua. Un yo no se qué. De pronto la boricua me disparó la pregunta. –“¿Por qué ustedes los puertorriqueños comen arroz con habichuelas todos los días?”- La pregunta me tomó por sorpresa porque yo nunca he comido arroz con habichuelas todos los días. Ojalá. A lo mejor tendría un cuerpo adonisíaco con esa dieta vegetariana. El "ustedes" me dejó más confundido aún porque fue ella quien se había declarado boricua.
En una fracción de segundos pensé en todos los puertorriqueños, todos los que conocía y ninguno comía el blanco con la colorá todos los días. Los habrá. Pero no los conozco. Miré confundido a la gringa. Ella estaba tan confundida como yo. Fue un non sequitur violento en la conversación. La pseudo boricua se quedó mirándome a los ojos esperando la respuesta. Lo único que salió por mi boca fue –“Yo casi no como arroz con habichuelas”- . E insistió. –“Pero por qué casi todos los puertorriqueños (menos uno porque me sacó de la ecuación) comen arroz con habichuelas todos los días”- Entonces asumí mi posición ofensiva de cara de idiota. Estaba ante una idiota así que idiotez tendría. Un fenómeno del cual había leído. Una puertorriqueña avergonzada. Una infeliz a la que el imperio la había hecho sentir menos que los demás. Y se desprendió de su puertorriqueñidad como las culebras se desprenden de su piel envejecida. Hizo una muda. Se sacó la piel, el alma y el espíritu allá en el imperio y se convirtió en otra cosa que yo no conocía. Con mi cara de idiota le dije la respuesta contundente: - “Los puertorriqueños no comemos arroz con habichuelas todos los días”-. Ahí estaba. Mi afirmación revolucionaria.
Por supuesto no quedó satisfecha. Me hizo algún otro comentario en inglés, porque toda la conversación transcurrió en inglés, pero no le hice caso. Me vi tentado a dispararle dos o tres verdades en español pero la norteamericana, antes gringa, merecía el respeto de entender la conversación y la ex boricua no se merecía que de mi boca salieran palabras del alma. Porque cuando los puetrtorriqueños hablamos con el alma lo hacemos en español. Como cuando le digo a mis hijas que las quiero. Como cuando hago el amor.
Ha pasado mucho tiempo de esa anécdota. Todavía no como arroz con habichuelas todos los días. Por supuesto que no. Ojalá lo hiciera. Pero a todos nos gusta variar la dieta, por favor. Variar los gustos.
Aprender a hacer arroz fue para mí una tarea difícil. La razón es que cometí el error de llamar a mami para que me explicara. Como todas las madres que han cocinado arroz toda una vida se le hizo difícil explicarme lo más importante. El asunto de las cantidades. Yo tenía el agravante de ser biólogo molecular, acostumbrado a medir cosas en microgramos y nanogramos. En mis las reacciones biológicas que llevaba a cabo en mis experimentos todo estaba medido al centavo molecular. Quinientos microgramos de DNA, una unidad de enzima, dos microlitros de búfer. Y entonces mami. –“Coges un poco de aceite y lo echas en el caldero. Entonces le echas sofrito y lo sofríes. Le echas agua y luego el arroz como a un dedo”-. Lo tapas, que hierva, lo mueves….”-.
Le colgué. Respiré profundo y le supliqué que me diera dos unidades de medida: cantidad y tiempo. Volvió-–“Coges un poco de aceite y lo echas en el caldero…”. Con esa información básica, porque no tendría otra, me dediqué a hacer mi primer arroz blanco. Dañé como cinco libras. Salía crudo. Ahumado. Quemado. Amogollado. Salado. Soso. Y un día…el arroz de mami.
No pasó mucho tiempo antes de que por intuición propia aplicara lo aprendido sobre el arroz para guisar habichuelas. Los principios son los mismos. Asunto de cantidad, tiempo y otra variable, calor. Y poco después el Xanadú: arroz guisado con habichuelas. El acompañante es otra historia que requerirá de alguna neblina, par de estrellas conjuradas, y una sensación de paz.
RECETAS
Arroz blanco
Esta es la receta básica. Una vez la domine juegue con ella. En un caldero eche dos tasas de agua con par de cucharadas de aceite. Añada un poco de sal. Algo así como un cuarto de una cuchara. Entre menos sal eche mejor porque si le queda soso puede corregirlo añadiendo más sal. Si le queda salado échelo al zafacón. Añada suficiente arroz como para que sobren unos tres centímetros de agua (una capa de agua que cubra al arroz totalmente). Mezcle, y espere a que hierva con el envase destapado. Cuando haya hervido y la capa de agua se haya evaporado, baje la temperatura al mínimo. Mueva el arroz con un cucharón asegurándose de que el que estaba abajo está ahora arriba. Par de vueltas del cucharón bastarán. Tape y aléjese del arroz. Mirar el caldero no acelerará ni mejorará la cocción. Váyase a sembrar tomates. Como a los cinco minutos, cuando el arroz esté bien seco, vuelva y vírelo. Aléjese y lea un libro. Vea una película. Como a los cinco minutos coteje el arroz. Pruebe par de granos de la superficie para ver si están cocidos. Cuando así sea apague el fuego. Coma arroz.
Habichuelas guisadas
En una olla eche par de cucharadas de aceite vegetal. Añada una o dos cucharadas de sofrito a gusto. Puede echar de esos sobre comerciales de cubitos de pollo y/o de res. Uno de cada uno está bien. Eche por lo menos medio pote de salsa de tomate. Sofría. Cuando el olor del sofrito caliente le haga gritar aleluya añada un pote de habichuelas cocidas (yo no he llegado al punto de usar habichuelas crudas, de las que hay que ablandar el día antes). Ahora añada un pote de agua (por favor, use el mismo pote vacío de habichuelas). Déjelas hervir y vaya probándolas a gusto.
La receta anterior es para habichuelas básicas. Unas habichuelas poderosas deben llevar más cosas. Échele una o dos hojas de orégano. Échele par de pedazos de jamón cocido o salchichón. Uno o dos ajíes no le vendrían mal. Una hoja de recao tampoco. Y si le puede echar par de trozos de papa gloria a Dios. Que hierva. Dance como los indios alrededor de la olla. Entre más hierva mejor. Si está sosa un poco de sal. Si está salada un poco de agua. Coma arroz con habicuelas guisadas. Como todos los puertorriqueños deberíamos comer todos los días. Aleluya.
Arroz guisado con habichuelas
Aquí hemos llegado al karma de la mezcla. Esta es mi receta. Usted varíe a gusto y gana. En una olla o caldero prepare la mezcla de habichuelas guisadas de la receta anterior. Échele varios trozos de jamón de cocinar. Todos los que quiera. No seamos hipócritas. No cortemos calorías aquí para mañana comernos tres huevos con tocinetas en el desayuno y dos chuletas en el almuerzo. Con refresco de dieta. Es más, si quiere échele dos o tres trozos de tocineta a la habichuela. Mézclelo bien. Ahora échele arroz suficiente como para que sobren unos seis centímetros de líquido por encima. ¿No sabe lo que son centímetros¿ Pues como científico no sé lo que es eso en pulgadas, el maldito sistema inglés de medidas que no tiene ni ton ni son. Googléelo. En mis experimentos es el sistema métrico todo el tiempo. Malditos ingleses. Canadá, Gran Bretaña, Estados Unidos, presumo que Australia y Nueva Zelandia, además de este punto minúsculo en el Caribe somos los únicos que usamos un sistema de medidas basado en estupideces como extremidades del cuerpo (del dedo pulgar la pulgada y del pie la medida homónima).
El resto es como antes. Hiérvalo sin tapar hasta que se haya evaporado la mayor parte del líquido de la superficie (no espere a que se evapore todo, se le va a quemar el arroz en el fondo) y baje la temperatura al mínimo. Muévalo para que el arroz que estaba abajo esté arriba. Tape. Ahora váyase a sembrar tomates un rato que a mí me ha venido como una gran terapia de sanación mental en este país de locuras. Regrese como a los cinco minutos y voltee el arroz otra vez. Tape la olla. De cuando en cuando coteje el arroz de la superficie. Si está bien cocido terminó. Coma arroz guisado con habichuelas. Y si es un fanático de los granos como yo cómaselo con habichuelas guisadas aparte. Como para una dieta diaria.
Nota: en la receta de habichuelas guisadas y de arroz guisado con habichuelas no tenga miedo de experimentar. Yo le he echado a ambos albahaca, comino, ají picante, eneldo, un toque de ajo, y otras especias que por su sabor causaron en algún momento de la historia que un genovés se montara con dos o tres locos más a buscar especias a la India. Terminaron en el Caribe. Todo por la cocina.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Opina aquí