Edwin Vázquez de Jesús
Paulette entró a mi oficina a charlar sobre algo. La colega X pasó por el pasillo y Paulette le dio una buena mirada. Ya me había dado cuenta de las miradas que las mujeres les disparan a las demás. Ellas mismas me lo han confirmado. “Nosotros no vestimos para los hombres, vestimos para que las demás mujeres nos vean”. Me lo han dicho mis estudiantes féminas un y otra vez. No sé si es cierto pero me han hablado de un mundo de competencia feroz en cuanto a apariencia se refiere. Si es falso ya pagaré por el comentario. Pero he visto las miradas de fuego de una chica cuando le pasa por el lado otra mejor vestida. En uno de mis cursos tuve una modelo, cuya cara ha aparecido en la portada de algunas de esas revistas de sociedad. Era el primer día y la modelo llegó tarde. Caminó por el medio del salón como se estuviera en una pasarela. No pienso que lo hizo a propósito. Tenía el porte y el cuerpo. Recuerdo la mirada de desprecio que le dio otra de las chicas. No hubo disimulo y como la última me conocía al final de la clase rezó una letanía de barbaridades contra la Barbie.
Paulette vio a la colega y echó a correr una cadena de eventos que desembocarían en el peor huevo, como le llamamos en Puerto Rico a las metidas de pata, que jamás he puesto en mi vida. Tan pronto se alejó la colega X Paulette me preguntó emocionada que si había notado la plasta de fango que tenía X en una pierna. Yo, que ni sabía que X había pasado, estaba confundido. No sólo no la vi sino que si la hubiera visto no le habría buscado manchas en las piernas. Los hombres vemos formas. Conjuntos. La cosa íntegra. El cúmulo. Excepto dos o tres excepciones. Las mujeres, las que he conocido, que cada cual es su propio universo ven, además de la forma, el detalle.
Honestamente, de primera instancia, no recuerdo qué yo llevaba puesto ayer. Qué tenía puesto hace una semana es información perdida para siempre. En una buena discusión mi esposa me recordará lo que hice hace un mes y que no me perdonará. Yo la miraré como un idiota porque no sabré de qué diablos habla. Y entonces me dirá que el día que tenía medias de tal color, la camisa aquella y el pantalón aquel. Como la seguiré mirando como un imbécil pensará que ganó la discusión. Lo que no sabe es que estoy buscando en ese hoyo negro, esa esfera vacía que es el recuerdo de los hombres, los detalles a los que hace referencia.
Si algún día, por alguna razón fuera de las posibilidades actuales, soy arrestado y torturado para que dé información sobre alguna persona, que si qué llevaba puesto el infeliz, que si de qué color era la camisa, que si los zapatos, que si el pelo…me torturarán hasta la muerte y la identidad del sospechoso estará protegida por mi despiste. Y moriré como diría Facundo Cabral, como un pendejo.
Salí al pasillo a mirarle las piernas a X pero estaba tan lejos que se me hizo difícil encontrar la plasta de fango. Entonces la vi. Horrible. Se le notaba desde donde estaba. E hice lo único que cualquier colega preocupado por la apariencia de sus pares habría hecho. Vi a la distancia del largo pasillo cuando X se metió a su oficina. Me dirigí decidido a hacerle el favor de señalarle la plasta. Hice algo que nunca he hecho: abrí su puerta sin tocar. Allí me encontré con dos colegas adicionales que estaban reunidos con X y que se asustaron por la manera brusca en que abrí la puerta. Les pedí disculpas por la interrupción y sabía que no había vuelta atrás. Tendría que decirle a X la razón por la que entré. Y lo hice: “X, tienes fango en una pierna”. Miré de reojo a los otros dos colegas y tenían cara de marcianos. Se sentían en otro planeta. Y la colega alzó la voz iracunda. -“¿Dónde? ¿Dónde?”- me increpó. Ella estaba de pie dando vueltas y yo no veía la plasta. En una fracción de segundos me sobrevino el terrible pensamiento de que algo terrible iba a suceder. De pronto, milésimas de segundo después, el milagro. Se giró de cierta forma, los rayos de luz se refractaron como debían, y allí, claramente, estaba la mancha oscura de fango asqueroso.
Hay momentos que definen nuestras vidas. Que dividen el tiempo. Antes de aquello, después de aquello. El Occidente usó el nacimiento de Cristo. A.C. y D.C. Otras culturas han hecho lo propio. Yo he usado el día que Paulette me señaló la plasta de fango.
“¿Dónde, dónde?”- Me preguntó la colega. Con aire de triunfo, al ver la plasta oscura le dije: “¡míralo ahí!”. No estaba preparado para lo que vendría. No había forma. El universo se había contraído, doblado y metido al revés como un globo soplado mal. La respuesta fue contundente y destructiva.
–“! Ese es un lunar de venas varicosas!”-
Admito que como biólogo debí entender lo que me decía. Pero en ese momento donde el universo se había contraído como un globo sólo bajé la cabeza, no me despedí, caminé el largo pasillo que se alargaba con cada paso y me desplomé en mi oficina. Paulette estaba todavía allí. Se asustó ante mi semblante. Le expliqué en monosílabos lo que había pasado pero creo que aún hoy no sabe lo que pasó. Un problema de válvulas venosas. Las venas son los únicos tubos sanguíneos que tienen válvulas. Éstas abren en una sola dirección asegurándose de que la sangre regrese al corazón. Si las válvulas fallan la sangre se acumula en las venas. Várices. Venas varicosas. Eso le dije a Paulette. No sé qué ha sido de ella. Recuerdo que era una muchacha muy linda, vivaracha e inteligente. Sé que se casó y tuvo hijos y seguramente es una profesional exitosa. Lo que ella no sabe es que nunca la olvidaré. Por todas las razones equivocadas.
Paulette entró a mi oficina a charlar sobre algo. La colega X pasó por el pasillo y Paulette le dio una buena mirada. Ya me había dado cuenta de las miradas que las mujeres les disparan a las demás. Ellas mismas me lo han confirmado. “Nosotros no vestimos para los hombres, vestimos para que las demás mujeres nos vean”. Me lo han dicho mis estudiantes féminas un y otra vez. No sé si es cierto pero me han hablado de un mundo de competencia feroz en cuanto a apariencia se refiere. Si es falso ya pagaré por el comentario. Pero he visto las miradas de fuego de una chica cuando le pasa por el lado otra mejor vestida. En uno de mis cursos tuve una modelo, cuya cara ha aparecido en la portada de algunas de esas revistas de sociedad. Era el primer día y la modelo llegó tarde. Caminó por el medio del salón como se estuviera en una pasarela. No pienso que lo hizo a propósito. Tenía el porte y el cuerpo. Recuerdo la mirada de desprecio que le dio otra de las chicas. No hubo disimulo y como la última me conocía al final de la clase rezó una letanía de barbaridades contra la Barbie.
Paulette vio a la colega y echó a correr una cadena de eventos que desembocarían en el peor huevo, como le llamamos en Puerto Rico a las metidas de pata, que jamás he puesto en mi vida. Tan pronto se alejó la colega X Paulette me preguntó emocionada que si había notado la plasta de fango que tenía X en una pierna. Yo, que ni sabía que X había pasado, estaba confundido. No sólo no la vi sino que si la hubiera visto no le habría buscado manchas en las piernas. Los hombres vemos formas. Conjuntos. La cosa íntegra. El cúmulo. Excepto dos o tres excepciones. Las mujeres, las que he conocido, que cada cual es su propio universo ven, además de la forma, el detalle.
Honestamente, de primera instancia, no recuerdo qué yo llevaba puesto ayer. Qué tenía puesto hace una semana es información perdida para siempre. En una buena discusión mi esposa me recordará lo que hice hace un mes y que no me perdonará. Yo la miraré como un idiota porque no sabré de qué diablos habla. Y entonces me dirá que el día que tenía medias de tal color, la camisa aquella y el pantalón aquel. Como la seguiré mirando como un imbécil pensará que ganó la discusión. Lo que no sabe es que estoy buscando en ese hoyo negro, esa esfera vacía que es el recuerdo de los hombres, los detalles a los que hace referencia.
Si algún día, por alguna razón fuera de las posibilidades actuales, soy arrestado y torturado para que dé información sobre alguna persona, que si qué llevaba puesto el infeliz, que si de qué color era la camisa, que si los zapatos, que si el pelo…me torturarán hasta la muerte y la identidad del sospechoso estará protegida por mi despiste. Y moriré como diría Facundo Cabral, como un pendejo.
Salí al pasillo a mirarle las piernas a X pero estaba tan lejos que se me hizo difícil encontrar la plasta de fango. Entonces la vi. Horrible. Se le notaba desde donde estaba. E hice lo único que cualquier colega preocupado por la apariencia de sus pares habría hecho. Vi a la distancia del largo pasillo cuando X se metió a su oficina. Me dirigí decidido a hacerle el favor de señalarle la plasta. Hice algo que nunca he hecho: abrí su puerta sin tocar. Allí me encontré con dos colegas adicionales que estaban reunidos con X y que se asustaron por la manera brusca en que abrí la puerta. Les pedí disculpas por la interrupción y sabía que no había vuelta atrás. Tendría que decirle a X la razón por la que entré. Y lo hice: “X, tienes fango en una pierna”. Miré de reojo a los otros dos colegas y tenían cara de marcianos. Se sentían en otro planeta. Y la colega alzó la voz iracunda. -“¿Dónde? ¿Dónde?”- me increpó. Ella estaba de pie dando vueltas y yo no veía la plasta. En una fracción de segundos me sobrevino el terrible pensamiento de que algo terrible iba a suceder. De pronto, milésimas de segundo después, el milagro. Se giró de cierta forma, los rayos de luz se refractaron como debían, y allí, claramente, estaba la mancha oscura de fango asqueroso.
Hay momentos que definen nuestras vidas. Que dividen el tiempo. Antes de aquello, después de aquello. El Occidente usó el nacimiento de Cristo. A.C. y D.C. Otras culturas han hecho lo propio. Yo he usado el día que Paulette me señaló la plasta de fango.
“¿Dónde, dónde?”- Me preguntó la colega. Con aire de triunfo, al ver la plasta oscura le dije: “¡míralo ahí!”. No estaba preparado para lo que vendría. No había forma. El universo se había contraído, doblado y metido al revés como un globo soplado mal. La respuesta fue contundente y destructiva.
–“! Ese es un lunar de venas varicosas!”-
Admito que como biólogo debí entender lo que me decía. Pero en ese momento donde el universo se había contraído como un globo sólo bajé la cabeza, no me despedí, caminé el largo pasillo que se alargaba con cada paso y me desplomé en mi oficina. Paulette estaba todavía allí. Se asustó ante mi semblante. Le expliqué en monosílabos lo que había pasado pero creo que aún hoy no sabe lo que pasó. Un problema de válvulas venosas. Las venas son los únicos tubos sanguíneos que tienen válvulas. Éstas abren en una sola dirección asegurándose de que la sangre regrese al corazón. Si las válvulas fallan la sangre se acumula en las venas. Várices. Venas varicosas. Eso le dije a Paulette. No sé qué ha sido de ella. Recuerdo que era una muchacha muy linda, vivaracha e inteligente. Sé que se casó y tuvo hijos y seguramente es una profesional exitosa. Lo que ella no sabe es que nunca la olvidaré. Por todas las razones equivocadas.
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