Esperanzo Matos siguió el llamado, casi orden, de levantarse y salir de Vaginalia para seguir hacia la conquista de Uteralia. Pasó en una oleada seminal a través de la cérvix, esa puerta que se abría hacia el nuevo reino a conquistar.
Se sentía empujado por las contracciones uterinas del orgasmo furioso de la chica que hizo el amor con su dueño. Todavía podía escucharla jadeante. Su respiración acelerada. Su circulación como una represa rota. -Este orgasmo merece una buena fecundación-pensó Esperanzo Matos.
Miró a su alrededor y quedó estupefacto al ver a algunos de sus compañeros tratando de fecundar células del útero, como si éstas fueran óvulos. Atrás habían quedado otros espermatozoides de segunda y tercera clase. Los brutos. Los ineptos. Los pendejos. Ésta era la forma a través de la cual la evolución eliminaría a esos ineptos. Así se aseguraba de que ninguno llegaba al óvulo. De cuando en cuando se colaba uno, claro está. De otra manera no habrían legisladores.
Esper Matos sabía que había conquistado a Uteralia. Miró a su alrededor con calma y lo que vio le llenó de emoción. Vio una capa rojiza, como una alfombra roja, rodeando al útero. Era un endometrio completamente formado. Un tejido especializado para recibir a un embrión. Ahí, sabía Esper, se formaría la placenta. Movió el rabo como un perro que acaba de ver a su amo. Esta chica estaba fecunda. Muy cerca, un poco más arriba, seguramente había un óvulo esperando.
Miró a varios de sus compañeros y notó en sus miradas la misma determinación que él tenía. Todos movieron los rabios con furia. Miraron hacia las entradas a los túneles llamados oviductos. En uno de ellos estaría el óvulo. ¿Pero en cuál? Tenía un cincuenta porciento de probabilidad de acertar. De pronto sintió una gran atracción. Algo, como un canto de sirena, lo atraía hacia el túnel izquierdo. El óvulo estaba produciendo sustancias que atraían a los espermatozoides. Notó que algunos de sus compañeros no se habían dado cuenta. Miró de reojo y salió disparado hacia el túnel. No estaba solo. Varios millones de esparmotozoides habían escuchado el llamado. La carrera final había comenzado. Continuará…
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