Cruzamos la frontera y estábamos casi en plena ciudad. Tijuana es un lugar cosmopolita de 1.5 millones de habitantes. Tan pronto llegamos comenzaron las ofertas de vendedores ambulantes y en kioskos que vendían baratijas, artículos de cuero, prendas, imitaciones de Rolex y de gafas Ray Ban. Nos dirigimos al centro del pueblo, a diez minutos, y nos sorprendió la exagerada cantidad de farmacias que había, una al lado de la otra. La razón es que cientos de personas cruzan la frontera para comprar medicamentos sin necesidad de receta y a mejores precios.
Caminar por la principal vía comercial puede convertirse en un evento de supervivencia tratando de esquivar a los vendedores que salen de las tiendas y si que si los dejas te agarran y te meten a la tienda. Los precios son definitivamente buenísimos, comparados con los Estados Unidos.
Para almorzar nos fuimos a un restaurán recomendado por Ramón, nuestro nuevo amigo mexicano que en una tienda nos cantó "En Mi Viejo San Juan". La comida era muy buena, distinta a la porquería que nos sirvieron en "Alambres" en San Diego. El total del almuerzo para los tres, incluyendo bebidas fue de unos $40.00. Un mariachi nos cantó por unos cuantos dólares. La pasamos muy bien.
No estuvimos mucho tiempo ya que teníamos que montar el afiche que presentaríamos al otro día. Un colega boricua nos había dicho que la salida en la frontera tomaría unos 15 minutos. Cuando llegamos la fila era kilométrica. Estimamos que nos tomaría más de una hora en cruzar. Por suerte un mexicano nos gritó que por 5 dólares nos pasaba al frente en una guagua. Efectivamente este es un negocio redondo. Esta gente te monta en una guagua, de las pequeñas de pasajeros (tipo "van") y por un recorrido de unos metros te sueltan en la entrada del control de frontera. Allí enseñamos el pasaporte, nos preguntaron qué llevábamos en las bolsas de compra y ya.
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