Debió ser la descarga de luz de luna que recibí hace semana y media. Algún rayo atravesó la ventana y reventó en mis ojos cerrados. Desperté de súbito, como cuando suena la alarma de las seis en el reloj. Pero eran las 2:30 del amanecer. Me asomé sin levantarme y todo estaba iluminado afuera. Podía ver mi cuerpo lleno de luz y en ese estado de sopor en que me encontraba, en la frontera entre la razón y la imaginación, sentía que aquella luz de luna llena me transformaba.
Los días siguientes sentía un ánimo que hace tiempo no experimentaba. Trabajos pospuestos fueron retomados, lecturas guardadas fueron leídas, y hasta botaba la basura con gusto. Tanto fue el cambio que decidí hacer algo que llevaba posponiendo hace más de un mes. Necesitaba una copia de una querella policiaca. Había sido víctima de un escalamiento en mi hogar y los ladrones, entre muchas cosas de valor, se habían llevado las dos cajas de conexión de televisión por satélite de Direct TV. Habría esperado más pero entre La Comay y las novelas mexicanas no aguantaba más. El problema era que para que me dieran dos cajas nuevas necesitaban copia de la querella.
Con mi nueva fuerza lunar decidí emprender una tarea que no sólo detesto sino que me causa una profunda ansiedad. Padezco de algo que yo mismo me he diagnosticado como clericofobia. Se refiere a un temor exagerado y extremo a todo lo que tenga que ver con asuntos clericales como el papeleo, formas, firmas, solicitudes, en fin, a la burocracia. Ayer llamé a las 8:30 al cuartel de Cayey para pedir el número de la querella. Para mi sorpresa una agente Pérez* contestó rápidamente y me transfirió con la agente López de Administración. Me pidió detalles, fecha y lugar y me la imaginaba metiendo la información en la base de datos de la computadora. Para mi horror, escuché lo que claramente era el ruido de muchos papeles (oprima AQUÍ para escucharlos), como cuando uno tiene una pila gigantesca de documentos, y busca hoja por hoja una página en particular. Tras lo que pareció una eternidad López me dice -“anote caballero”- y empezó a disparar los números que me identificaban como una víctima más de la ola criminal que sufre este país.
Estaba tan contento que estuve a punto de colgarle el teléfono y aparecérmele en el cuartel a recoger la copia (el cuartel queda casi al frente de la universidad donde enseño). Me detuvo lo que entendí era la palabra “Guayama”. -"Perdóneme, ¿podría repetirme lo último? “-le dije. -“Que antes de ir a Guayama a recoger la copia se asegure de que ellos tienen la querella”-respondió. Quedé estupefacto y comencé a balbucear incoherencias a la oficial. Ella parece que me cogió pena y me dijo-“Espere en línea que yo llamo a Guayama”-. Al cabo de varios minutos escuché, a pesar del sudor que mojaba el auricular de mi teléfono (la ansiedad me provoca hiperhidrosis, una súbita reacción de sudor imparable), cuando López me confirma que Guayama tiene la querella y que puedo pasar a recogerla, pero que no olvide el sello de Rentas Internas por $1.50. Antes de colgarme me advirtió que debería llamar a Guayama como quiera para asegurarme de que todo estaba en orden.
Mis peores temores se estaban haciendo realidad. Me sentía como el esquizofrénico que mira asustado hacia atrás y ve que efectivamente hay un ser que lo persigue. Llamo al cuartel de Guayama y me transfieren a algo llamado Partes Policiales. Me piden el número de querella y lo doy trepidante. Escucho con más horror que la primera vez el ruido de papeles, esta vez indudablemente muchos más, y al agente Santiago preguntarle a la agente Rodríguez si tenía mi caso. En la distancia escucho el ruido de los papeles de Santiago. –“Aquí no está caballero. Cayey no lo ha mandado”. –“Pero si Cayey acaba de llamarlos a ustedes y confirmó que lo tienen, es el caso de las dos cajas de Direct TV”- le dije suplicante. –“No, aquí no está”-me dijo y colgó.
Ahora llamo a Cayey nuevamente, pero pasándome el teléfono al otro oído pues el sudor no me dejaba escuchar por el otro lado, y le explico a López lo que Guayama me dice. –“Pero si se lo mandamos hace tiempo”- me dice a mí, como si yo tuviera que explicarle a Guayama el error que cometían. Ahora el sudor era tanto que al mirarme la camisa noto que se me ven claramente las tetillas, como a esas chicas sin sostén que se mojan para que se les vean bien las tetas. Por suerte estaba encerrado en mi oficina (con aire acondicionado, que no tiene efecto sobre la hiperhidrosis). Me sequé el sudor de la cara pues ni veía y le balbuceé alguna incoherencia a López. Volvió a cogerme lástima y me dijo que me daría el número de envío. –“Llame a Guayama y les dice que el numero de envío es el 048”- dijo y me colgó.
Ahora no podía marcar los números por la ansiedad que se me metía por los pies como un ritmo de bomba. Cuando me contestan pido que me pasen a Partes Policiales y me contesta una agente Fernández. Le explico toda la historia y no quiere escuchar el número de envío, solo el número de caso. Suenan los papeles y me pregunta-“¿Edwin Vázquez?”- -“De Jesús”- exclamé lleno de gozo. –“Puede venir a recogerlo cuando quiera. Sólo traiga $1.50 en sellos y los tramitamos rápidamente.
-“Vencí a la bestia”- casi grito. Había ganado un caso burocrático, no me había dejado vencer y había triunfado. Burocrazilla yacía destruida en mi imaginación. El sudor se fue. Poco a poco mis tetillas dejaron de verse a través de la camisa y pude salir de la oficina. A todo el que veía le contaba por lo que había pasado. Me miraban extrañados ante mi gozo pentecostal por algo que para ellos seguramente era una trivialidad.
Hoy me levanté sumamente animado. Me sentía como los siete enanitos de Blanca Nieves cantando “Hi Ho, Hi Ho” mientras se dirigían a las minas. Primero me dirigí a la colecturía de Cayey, porque por supuesto los sellos nunca los venden en las oficinas que los requieren. Después de una hora de espera, salí con mis sellos (un total de $3.00 pues quería otra copia para enmarcarla como un trofeo). Ahora me dirijo a Guayama, sita al sureste de la isla, a unos 35 minutos de Cayey vía autopista. Llego al cuartel, explico lo que necesito y me dirigen a Partes Policiales. Abro la puerta y veo con alivio que sólo habemos tres personas, una de las cuales es una estudiante mía. Le explico a ella lo que vine y el agente que atiende me escuchó. Salió de detrás del mostrador y se dirigió a mí. A continuación la conversación que se produjo (PP= Partes Policiales):
Miré a mi alrededor y aquello estaba más iluminado que la noche cuando la luna me despertó. El acondicionador de aire seguía encendido por lo que no entendía a qué luz se refería.
Problemas como este, y peores, son confrontados todos los días por miles de puertorriqueños. La situación es más frustrante para los que vivimos en un mundo digital. A cada rato tenemos que abandonarlo y entrar a un Puerto Rico análogo por naturaleza, y como tal, lento e ineficiente.
He vuelto a mis ataques de ansiedad clericofóbica.
El lunes tengo que volver a Guayama a buscar el papelito. Por supuesto llamaré antes de salir para ver si llegó la luz. Cruzaré los dedos para que en los 35 minutos que me tomará llegar allí no se vaya. Sólo aspiro a que la Pepa de turno meta los datos en la computadora, oprima Shift F7 y lo imprima. Y sigo esperando todas las noches, mirando con añoro por la ventana, esperando los rayos de luna nueva que me vuelvan a bañar. Creo que los necesitaré cada vez más.
* Todos los apellidos usados son ficticios. O a lo mejor no. Después de escuchar tantos apellidos perdí la cuenta de quién era quién. Los agentes no tienen primer nombre ni nunca los han tenido. El agente Juan del Pueblo contestará el teléfono: -"Agente del Pueblo"-...
© Edwin Vázquez de Jesús
Los días siguientes sentía un ánimo que hace tiempo no experimentaba. Trabajos pospuestos fueron retomados, lecturas guardadas fueron leídas, y hasta botaba la basura con gusto. Tanto fue el cambio que decidí hacer algo que llevaba posponiendo hace más de un mes. Necesitaba una copia de una querella policiaca. Había sido víctima de un escalamiento en mi hogar y los ladrones, entre muchas cosas de valor, se habían llevado las dos cajas de conexión de televisión por satélite de Direct TV. Habría esperado más pero entre La Comay y las novelas mexicanas no aguantaba más. El problema era que para que me dieran dos cajas nuevas necesitaban copia de la querella.
Con mi nueva fuerza lunar decidí emprender una tarea que no sólo detesto sino que me causa una profunda ansiedad. Padezco de algo que yo mismo me he diagnosticado como clericofobia. Se refiere a un temor exagerado y extremo a todo lo que tenga que ver con asuntos clericales como el papeleo, formas, firmas, solicitudes, en fin, a la burocracia. Ayer llamé a las 8:30 al cuartel de Cayey para pedir el número de la querella. Para mi sorpresa una agente Pérez* contestó rápidamente y me transfirió con la agente López de Administración. Me pidió detalles, fecha y lugar y me la imaginaba metiendo la información en la base de datos de la computadora. Para mi horror, escuché lo que claramente era el ruido de muchos papeles (oprima AQUÍ para escucharlos), como cuando uno tiene una pila gigantesca de documentos, y busca hoja por hoja una página en particular. Tras lo que pareció una eternidad López me dice -“anote caballero”- y empezó a disparar los números que me identificaban como una víctima más de la ola criminal que sufre este país.
Estaba tan contento que estuve a punto de colgarle el teléfono y aparecérmele en el cuartel a recoger la copia (el cuartel queda casi al frente de la universidad donde enseño). Me detuvo lo que entendí era la palabra “Guayama”. -"Perdóneme, ¿podría repetirme lo último? “-le dije. -“Que antes de ir a Guayama a recoger la copia se asegure de que ellos tienen la querella”-respondió. Quedé estupefacto y comencé a balbucear incoherencias a la oficial. Ella parece que me cogió pena y me dijo-“Espere en línea que yo llamo a Guayama”-. Al cabo de varios minutos escuché, a pesar del sudor que mojaba el auricular de mi teléfono (la ansiedad me provoca hiperhidrosis, una súbita reacción de sudor imparable), cuando López me confirma que Guayama tiene la querella y que puedo pasar a recogerla, pero que no olvide el sello de Rentas Internas por $1.50. Antes de colgarme me advirtió que debería llamar a Guayama como quiera para asegurarme de que todo estaba en orden.
Mis peores temores se estaban haciendo realidad. Me sentía como el esquizofrénico que mira asustado hacia atrás y ve que efectivamente hay un ser que lo persigue. Llamo al cuartel de Guayama y me transfieren a algo llamado Partes Policiales. Me piden el número de querella y lo doy trepidante. Escucho con más horror que la primera vez el ruido de papeles, esta vez indudablemente muchos más, y al agente Santiago preguntarle a la agente Rodríguez si tenía mi caso. En la distancia escucho el ruido de los papeles de Santiago. –“Aquí no está caballero. Cayey no lo ha mandado”. –“Pero si Cayey acaba de llamarlos a ustedes y confirmó que lo tienen, es el caso de las dos cajas de Direct TV”- le dije suplicante. –“No, aquí no está”-me dijo y colgó.
Ahora llamo a Cayey nuevamente, pero pasándome el teléfono al otro oído pues el sudor no me dejaba escuchar por el otro lado, y le explico a López lo que Guayama me dice. –“Pero si se lo mandamos hace tiempo”- me dice a mí, como si yo tuviera que explicarle a Guayama el error que cometían. Ahora el sudor era tanto que al mirarme la camisa noto que se me ven claramente las tetillas, como a esas chicas sin sostén que se mojan para que se les vean bien las tetas. Por suerte estaba encerrado en mi oficina (con aire acondicionado, que no tiene efecto sobre la hiperhidrosis). Me sequé el sudor de la cara pues ni veía y le balbuceé alguna incoherencia a López. Volvió a cogerme lástima y me dijo que me daría el número de envío. –“Llame a Guayama y les dice que el numero de envío es el 048”- dijo y me colgó.
Ahora no podía marcar los números por la ansiedad que se me metía por los pies como un ritmo de bomba. Cuando me contestan pido que me pasen a Partes Policiales y me contesta una agente Fernández. Le explico toda la historia y no quiere escuchar el número de envío, solo el número de caso. Suenan los papeles y me pregunta-“¿Edwin Vázquez?”- -“De Jesús”- exclamé lleno de gozo. –“Puede venir a recogerlo cuando quiera. Sólo traiga $1.50 en sellos y los tramitamos rápidamente.
-“Vencí a la bestia”- casi grito. Había ganado un caso burocrático, no me había dejado vencer y había triunfado. Burocrazilla yacía destruida en mi imaginación. El sudor se fue. Poco a poco mis tetillas dejaron de verse a través de la camisa y pude salir de la oficina. A todo el que veía le contaba por lo que había pasado. Me miraban extrañados ante mi gozo pentecostal por algo que para ellos seguramente era una trivialidad.
Hoy me levanté sumamente animado. Me sentía como los siete enanitos de Blanca Nieves cantando “Hi Ho, Hi Ho” mientras se dirigían a las minas. Primero me dirigí a la colecturía de Cayey, porque por supuesto los sellos nunca los venden en las oficinas que los requieren. Después de una hora de espera, salí con mis sellos (un total de $3.00 pues quería otra copia para enmarcarla como un trofeo). Ahora me dirijo a Guayama, sita al sureste de la isla, a unos 35 minutos de Cayey vía autopista. Llego al cuartel, explico lo que necesito y me dirigen a Partes Policiales. Abro la puerta y veo con alivio que sólo habemos tres personas, una de las cuales es una estudiante mía. Le explico a ella lo que vine y el agente que atiende me escuchó. Salió de detrás del mostrador y se dirigió a mí. A continuación la conversación que se produjo (PP= Partes Policiales):
PP: Caballero, ¿a qué vino usted?
EV: A solicitar una copia de una querella
PP: Lo siento caballero pero se fue el sistema
EV: ¿Qué sistema? (le pregunté consternado)
PP: El de computadoras. No se están dando copias.
EV: ¿Pero cómo que se fue el sistema? ¿Para dónde se fue? (alzando levemente la voz)
Pepe: Caballero, la luz se fue.
Miré a mi alrededor y aquello estaba más iluminado que la noche cuando la luna me despertó. El acondicionador de aire seguía encendido por lo que no entendía a qué luz se refería.
Pepe: ¿De dónde viene usted?Sentí un gran alivio pues obviamente había alguna solución si eres de Cayey. Presumía que, dadas las inconsistencias de la burocracia, él llamaría a Cayey para que allá me dieran la copia. Pero estaba dispuesto aceptar mi condición de ciudadano clavado. Sólo quería salir de allí. Me da entonces un papelito con el número de su oficina y me dice que llame más tarde para ver si llegó la llamada luz. Entonces sucedió. Perdí la paciencia, la chaveta, los estribos, el caché, lo que me quedaba de luz de luna en los poros y empecé a alzar la voz.
EV: Desde Cayey
Pepe: Ah, espere un momento.
EV: Caballero (para usar el lingo policiaco),¿ no le parece a usted que esto es una increíble ineficiencia burocrática?Y al decir eso entendí. En una fracción de segundo me llegó el horror y sonaron los papeles en mi mente. “Están en Guayama” quiere decir que los papeles, por supuesto, están en Guayama. “No hay sistema” quiere decir que no pueden prender la computadora donde preparan en WordPerfect 5.1 las copias de querellas. Eso explica el que todo en la oficina estuviera iluminado, excepto el cerebro de Pepe. Y en cuanto a mi referencia a internet estuvo de más en aquel lugar. Ya habían entrado dos oficiales armados por lo que entendí que era hora de salir con vida del lugar.
Pepe: ¡Pero se fue la luz!
EV: ¡No me refiero a la luz! Es que me hacen venir a Guayama para buscar un documento del cual tienen copia en Cayey! ¿Qué cree de eso? Aparte de la hora que perdí para el sellito de $1.50 (era obvio que había enterrado en el subconsciente los eventos traumáticos previos a Pepe)
Pepe: ¡Quéjese caballero! ¡Quéjese! Usted es el que va a sufrir un ataque al corazón.
EV: (Gritando) Mi corazón está muy bien caballero, aquí lo que no sirve es la burocracia esta donde me obligan a perder el tiempo para un simple proceso! ¿Por qué Cayey no podía darme copia? Esto me costará 20 dólares entre gasolina y peajes y ahora usted me dice que tengo que volver!
Pepe: (Gritándome) ¡Es que Cayey no se lo puede dar porque está aquí en Guayama!
EV: ¡Pero si lo que tienen que hacer es pasar los datos por internet a Cayey!
Problemas como este, y peores, son confrontados todos los días por miles de puertorriqueños. La situación es más frustrante para los que vivimos en un mundo digital. A cada rato tenemos que abandonarlo y entrar a un Puerto Rico análogo por naturaleza, y como tal, lento e ineficiente.
He vuelto a mis ataques de ansiedad clericofóbica.
El lunes tengo que volver a Guayama a buscar el papelito. Por supuesto llamaré antes de salir para ver si llegó la luz. Cruzaré los dedos para que en los 35 minutos que me tomará llegar allí no se vaya. Sólo aspiro a que la Pepa de turno meta los datos en la computadora, oprima Shift F7 y lo imprima. Y sigo esperando todas las noches, mirando con añoro por la ventana, esperando los rayos de luna nueva que me vuelvan a bañar. Creo que los necesitaré cada vez más.
* Todos los apellidos usados son ficticios. O a lo mejor no. Después de escuchar tantos apellidos perdí la cuenta de quién era quién. Los agentes no tienen primer nombre ni nunca los han tenido. El agente Juan del Pueblo contestará el teléfono: -"Agente del Pueblo"-...
© Edwin Vázquez de Jesús
Edwin: ¡qué buen cuento! Me sonrío, pero en realidad uno recuerda muchos momentos similares al tuyo y no es nada cómico. Suerte el lunes. Nos cuentas.. En eso de la luna, ¿tendrás algo de andaluz?
ResponderBorrarY así, con estos mimbres pretendéis hacer el cesto de la República Independiente de Puerto Rico?
ResponderBorrarwow edwin, felicidades, te tardaste bastante en perder la paciencia. yo para el cuarto parrafo ya le estaba gritando a los de cayey Y a los de guayama. :)
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