Todos los organismos de la Tierra estamos relacionados.
Esto debería parecer obvio al hacer un análisis sencillo del ADN de todos los organismos. Es la misma molécula, la misma estrutura química, el mismo código genético. Tan así que podemos tomar la secuencia del gen de insulina humana y combinarla con ADN bacteriano para obtener un ADN recombinante: bacterias producirán ahora insulina humana (i.e. Humulin). Y estamos relacionados porque todos compartimos un ancestro común. O sea, todos los organismos de la Tierra estamos conectados genéticamente, y somos familia en el mejor sentido de la palabra.
Por eso no debe extrañarnos que en nuestro genoma, el conjunto de nuestra información genética, hay secuencias que les pertenecen a los virus. O que tengamos genes en común con las ballenas. O con las aves. Nuestros 23 pares de cromosomas poseen un registro histórico de nuestra evolución.
No somos mejores que los demás organismos de la Tierra
Somos los organismos más exitosos en la historia natural de este planeta. De eso no hay duda. Pero no es porque seamos mejores, necesariamente. Ese éxito se debe a nuestra plasticidad genética, nuestra capacidad de adaptarnos a ambientes diversos. Vivimos en el Polo Norte y en el Sahara; en los altos de Bolivia y en los Países Bajos. Pero a nivel de precisión ecológica hay otros que nos ganan. Hay bacterias que viven en las salidas subterráneas de aguas termales a temperaturas que superan el punto de ebullición. Los perros escuchan sonidos que escapan a nuestros oídos pobremente desarrollados. Los murciélagos tienen un sistema de radar que algunos moriríamos por tener para guiarnos en la noche. La visión de un águila, volando a grandes alturas, le permite ver con precisión a la desafortunada rata que se aventuró a buscar comida sin saber que ella es el alimento. Nosotros estamos lejos de ver tan bien. Y hay animales que huelen olores a millas de distancia.
Las religiones nos han hecho creer que somos la maravilla universal. El centro de todo. Plaza Las Américas encarnada. Y no es hasta que entendemos el proceso evolutivo que bajamos la mirada al darnos cuenta de que somos unos más, parte de algo más grande, lo que Darwin llamó una “grandiosidad”. Es entonces que verdaderamente comenzamos a respetar a los demás organismos. Ciertamente no es a través de las religiones. Matilda, mi perra labrador, está feliz con mi visión de la Naturaleza.
Los hombres no somos mejores que las mujeres
De hecho, he escrito anteriormente sobre mi teoría de que probablemente las mujeres son, biológicamente hablando, superiores a los hombres. El hecho es que la preeminencia de los machos sobre las hembras es un constructo religioso. No es a través de la Naturaleza que los humanos han llegado al estado actual de las cosas, donde la mayoría de los hombres se creen superiores a las mujeres. Es a través de la religión que esa idea se desarrolló: “Vuestras mujeres callen en las congregaciones; porque no les es permitido hablar, sino que estén sujetas, como también la ley lo dice. Y si quieren aprender algo, pregunten en casa a sus maridos; porque es indecoroso que una mujer hable en la congregación.”(1Cor 14:34- 35 ).
En la Naturaleza no es así. Al contrario, existen numerosos casos donde el pobre macho ha sido reducido a un mero portador de espermatozoides para fecundar a la hembra. Por eso es que la próxima vez que vea una araña en una de esas espectaculares telas orbiculares, sepa que es una hembra. El macho es tan diminuto, escondido en alguna esquina, que apenas alcanzará a verlo. Y probablemente morirá tras el acto final de sexo arácnido. Por supuesto me gustaría pensar que, si miro su cadáver bajo una lupa, alcanzaré a detectar una sonrisa en su cuerpo yermo. El punto es que en la Naturaleza machos y hembras tienen un valor equitativo.
Somos seres responsables con la Naturaleza
Una vez entendemos nuestra relación evolutiva con el resto de la Naturaleza, aprendemos a respetarla como parte de nosotros. No como algo sobre lo que tenemos “señorío”, como nos enseñan las religiones, sino algo de lo que somos parte integral y que tenemos que proteger. Millones de años de evolución han creado un balance dinámico donde nos hemos adaptado a las idiosincracias naturales de este planeta, y viceversa. Es cuando lanzamos sustancias creadas por nosotros que causamos desbarajustes para los cuales la Naturaleza no estaba preparada. El que entiende la evolución se convierte, inmediatamente, en protector del ambiente.
Somos seres libres
Entender la evolución es liberador. Nos han metido este sentido de culpa total para mantenernos controlados y a raya. Sin embargo, el que entiende el proceso evolutivo es, por definición, un ser que respeta a los demás y entiende la necesidad de las leyes y normas sociales. No se convierte en un gorila (perdón gorilas) que sale corriendo a fornicar con todo lo que se mueve, por dar una analogía. Somos seres libres de las supersticiones que nos sembraron desde que éramos niños. Las mismas que nos hacían burlarnos de los mayas y su Popol Vuh pero nos decían que una serpiente le habló a una mujer. Y eso lo creímos.
Somos seres libres para cuestionarlo todo. Y he ahí el peligro para los que adoptamos esta posición. Son muchos los que se sienten amenazados cuando sus creencias son cuestionadas por los que puedan pensar distinto. Y si este cuestionamiento viene acompañado de un cúmulo de evidencia inequívoca y contundente que prueba que somos producto de un proceso evolutivo, peor aún. Pero asumimos los riesgos. Las verdades no se callan, ni se ocultan en cuartos oscuros. Esta es una vela que hay que poner bien alto para que alumbre el mare magnum de ignorancia que nos arropa.
La raya está trazada. Pero una condición: sólo acepto argumentos científicos. Como dijo un colega, para dejar de creer en la evolución sólo necesito una prueba sencilla: un fósil de conejo en el período Cámbrico.
Esto debería parecer obvio al hacer un análisis sencillo del ADN de todos los organismos. Es la misma molécula, la misma estrutura química, el mismo código genético. Tan así que podemos tomar la secuencia del gen de insulina humana y combinarla con ADN bacteriano para obtener un ADN recombinante: bacterias producirán ahora insulina humana (i.e. Humulin). Y estamos relacionados porque todos compartimos un ancestro común. O sea, todos los organismos de la Tierra estamos conectados genéticamente, y somos familia en el mejor sentido de la palabra.
Por eso no debe extrañarnos que en nuestro genoma, el conjunto de nuestra información genética, hay secuencias que les pertenecen a los virus. O que tengamos genes en común con las ballenas. O con las aves. Nuestros 23 pares de cromosomas poseen un registro histórico de nuestra evolución.
No somos mejores que los demás organismos de la Tierra
Somos los organismos más exitosos en la historia natural de este planeta. De eso no hay duda. Pero no es porque seamos mejores, necesariamente. Ese éxito se debe a nuestra plasticidad genética, nuestra capacidad de adaptarnos a ambientes diversos. Vivimos en el Polo Norte y en el Sahara; en los altos de Bolivia y en los Países Bajos. Pero a nivel de precisión ecológica hay otros que nos ganan. Hay bacterias que viven en las salidas subterráneas de aguas termales a temperaturas que superan el punto de ebullición. Los perros escuchan sonidos que escapan a nuestros oídos pobremente desarrollados. Los murciélagos tienen un sistema de radar que algunos moriríamos por tener para guiarnos en la noche. La visión de un águila, volando a grandes alturas, le permite ver con precisión a la desafortunada rata que se aventuró a buscar comida sin saber que ella es el alimento. Nosotros estamos lejos de ver tan bien. Y hay animales que huelen olores a millas de distancia.
Las religiones nos han hecho creer que somos la maravilla universal. El centro de todo. Plaza Las Américas encarnada. Y no es hasta que entendemos el proceso evolutivo que bajamos la mirada al darnos cuenta de que somos unos más, parte de algo más grande, lo que Darwin llamó una “grandiosidad”. Es entonces que verdaderamente comenzamos a respetar a los demás organismos. Ciertamente no es a través de las religiones. Matilda, mi perra labrador, está feliz con mi visión de la Naturaleza.
Los hombres no somos mejores que las mujeres
De hecho, he escrito anteriormente sobre mi teoría de que probablemente las mujeres son, biológicamente hablando, superiores a los hombres. El hecho es que la preeminencia de los machos sobre las hembras es un constructo religioso. No es a través de la Naturaleza que los humanos han llegado al estado actual de las cosas, donde la mayoría de los hombres se creen superiores a las mujeres. Es a través de la religión que esa idea se desarrolló: “Vuestras mujeres callen en las congregaciones; porque no les es permitido hablar, sino que estén sujetas, como también la ley lo dice. Y si quieren aprender algo, pregunten en casa a sus maridos; porque es indecoroso que una mujer hable en la congregación.”(1Cor 14:34- 35 ).
En la Naturaleza no es así. Al contrario, existen numerosos casos donde el pobre macho ha sido reducido a un mero portador de espermatozoides para fecundar a la hembra. Por eso es que la próxima vez que vea una araña en una de esas espectaculares telas orbiculares, sepa que es una hembra. El macho es tan diminuto, escondido en alguna esquina, que apenas alcanzará a verlo. Y probablemente morirá tras el acto final de sexo arácnido. Por supuesto me gustaría pensar que, si miro su cadáver bajo una lupa, alcanzaré a detectar una sonrisa en su cuerpo yermo. El punto es que en la Naturaleza machos y hembras tienen un valor equitativo.
Somos seres responsables con la Naturaleza
Una vez entendemos nuestra relación evolutiva con el resto de la Naturaleza, aprendemos a respetarla como parte de nosotros. No como algo sobre lo que tenemos “señorío”, como nos enseñan las religiones, sino algo de lo que somos parte integral y que tenemos que proteger. Millones de años de evolución han creado un balance dinámico donde nos hemos adaptado a las idiosincracias naturales de este planeta, y viceversa. Es cuando lanzamos sustancias creadas por nosotros que causamos desbarajustes para los cuales la Naturaleza no estaba preparada. El que entiende la evolución se convierte, inmediatamente, en protector del ambiente.
Somos seres libres
Entender la evolución es liberador. Nos han metido este sentido de culpa total para mantenernos controlados y a raya. Sin embargo, el que entiende el proceso evolutivo es, por definición, un ser que respeta a los demás y entiende la necesidad de las leyes y normas sociales. No se convierte en un gorila (perdón gorilas) que sale corriendo a fornicar con todo lo que se mueve, por dar una analogía. Somos seres libres de las supersticiones que nos sembraron desde que éramos niños. Las mismas que nos hacían burlarnos de los mayas y su Popol Vuh pero nos decían que una serpiente le habló a una mujer. Y eso lo creímos.
Somos seres libres para cuestionarlo todo. Y he ahí el peligro para los que adoptamos esta posición. Son muchos los que se sienten amenazados cuando sus creencias son cuestionadas por los que puedan pensar distinto. Y si este cuestionamiento viene acompañado de un cúmulo de evidencia inequívoca y contundente que prueba que somos producto de un proceso evolutivo, peor aún. Pero asumimos los riesgos. Las verdades no se callan, ni se ocultan en cuartos oscuros. Esta es una vela que hay que poner bien alto para que alumbre el mare magnum de ignorancia que nos arropa.
La raya está trazada. Pero una condición: sólo acepto argumentos científicos. Como dijo un colega, para dejar de creer en la evolución sólo necesito una prueba sencilla: un fósil de conejo en el período Cámbrico.
Este conocimiento, cuando realmente se internaliza, nos hace conscientes de que debemos regirnos por unas normas de vida que pueden parecerse a los mandamientos. El entender esta realidad nos libera, como dices, pero tambien nos "ata" a la gran responsabilidad que tenemos con el resto de los seres vivos por poseer nosotros el conocimiento que ellos no tienen.
ResponderBorrarRecuerda que las religiones comenzaron cuando nada de ésto se conocía y comenzamos a crearnos reglas para convivir con nosotros mismos. Interesante es tambien conocer sobre el comienzo de las religiones. No soy experta pero se que han surgido las ideas religiosas en todas las civilizaciones que han existido, de una u otra manera. ¿Estará el creer en un dios o dioses programado en nuestro código genético?
Fini:
ResponderBorrarSobre la posible programación genética para creer en dioses, Nicholas Wade ha escrito un excelente libro. Se titula "The Faith Instinct". Lo consigues fácilmente en Amazon, etc. Sin embargo, primero te recomendaría un libro como "Why Evolution is True", escrito para el público en general y donde el autor, Jerry A. Coyne, expone de manera sencilla la evidencia irrefutable de la evolución. De hecho, lo estoy leyendo en estos días.
Mi querido Darwin, digo, Edwin:
ResponderBorrar¡Viste, que esos nombres riman...! Coincides con Darwin hasta en CUATRO letras...
Paso por aquí para enviarte mis mejores deseos en esta Navidad, para que disfrutes esa reunión de especias que llamamos familia, y le dan un sabor peculiar a cada momento de nuestra vida... Dije especias y NO especies... Que tus descendientes sean como la canela y los clavos de un arroz con dulce... que tu esposa sea como la sal de un buen asopao de madrugada navideña... que sean la justa medida que da el amor...
PAZ, para todos...
Excelente artículo, viva Darwin!!!
ResponderBorrarElco:
ResponderBorrarGracias por ese bello mensaje culinario.
Ab: Bueno, Darwin está muerto pero su explicación sobre el origen de las especies no sólo vive, sino que hay un cúmulo de evidencia irrefutable para sostenerla.
Gracias por la visita y el comentario.
Pues extranhe algo como:
ResponderBorrarPor que se come lechon en Puerto Rico?
O algo asi...
Suerte y exito en sus proyectos para el proximo...