Somos primates. Y más allá homínidos. Somos productos de la evolución. Y a diferencia de las caricaturas religiosas que muestran a un simio convertirse en un hombre, no somos el producto de una evolución dirigida hacia la perfección. Somos un tipo más de organismo, no en una escalera evolutiva donde ocupamos el último y superior peldaño, sino en un enorme árbol. Nosotros, Homo sapiens sapiens, estamos posados en una ramita sin mayor significado, en términos naturales, y sin mayor importancia que la que pueda tener una bacteria posada sobre una rama vecina.
No somos el centro del Universo. Ni siquiera el centro de la Tierra. Somos unos más, otros organismos que por procesos de selección natural y adaptaciones genéticas tuvimos la suerte de adquirir destrezas y capacidades que otros organismos no han adquirido. Los chimpancés tienen los genes necesarios para hablar, pero están mutados. De hecho, genéticamente somos prácticamente chimpancés pero varios de los genes que nos dan las cualidades de “humanos” están desactivados en nuestros primos simios más cercanos.
La diferencia principal entre nosotros y el resto de los organismos está en nuestra capacidad cerebral. Producto de un proceso evolutivo inmisericorde, donde a través de millones de años más del 90% de las especies desaparecieron por no poseer las destrezas que la selección natural requería, nuestro cerebro nos ha permitido dominar al resto de la naturaleza.
Somos la especie más exitosa en la historia natural de este planeta. Somos más de seis millardos de miembros en este momento y dominamos a todas las demás. Hasta el punto de que nos hemos creído tan especiales que hemos invocado razones sobrenaturales para nuestra existencia. Le hemos dicho al resto de los organismos que somos “better than thou”. Lero lero.
Y al decirlo el árbol de la evolución se ha estremecido como si un viento recio lo hubiese atravesado. Pero fueron sólo las risas y carcajadas de los demás organismos, cada cual en su rama, burlándose de nuestra ignorancia. Pensarán ellos que son cosas de humanos.
No somos el centro del Universo. Ni siquiera el centro de la Tierra. Somos unos más, otros organismos que por procesos de selección natural y adaptaciones genéticas tuvimos la suerte de adquirir destrezas y capacidades que otros organismos no han adquirido. Los chimpancés tienen los genes necesarios para hablar, pero están mutados. De hecho, genéticamente somos prácticamente chimpancés pero varios de los genes que nos dan las cualidades de “humanos” están desactivados en nuestros primos simios más cercanos.
La diferencia principal entre nosotros y el resto de los organismos está en nuestra capacidad cerebral. Producto de un proceso evolutivo inmisericorde, donde a través de millones de años más del 90% de las especies desaparecieron por no poseer las destrezas que la selección natural requería, nuestro cerebro nos ha permitido dominar al resto de la naturaleza.
Somos la especie más exitosa en la historia natural de este planeta. Somos más de seis millardos de miembros en este momento y dominamos a todas las demás. Hasta el punto de que nos hemos creído tan especiales que hemos invocado razones sobrenaturales para nuestra existencia. Le hemos dicho al resto de los organismos que somos “better than thou”. Lero lero.
Y al decirlo el árbol de la evolución se ha estremecido como si un viento recio lo hubiese atravesado. Pero fueron sólo las risas y carcajadas de los demás organismos, cada cual en su rama, burlándose de nuestra ignorancia. Pensarán ellos que son cosas de humanos.
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