lunes, 10 de octubre de 2005

Rosa Parks y el Poder del No

En diciembre del 1955 en Montgomery, Alabama, entró un hombre blanco a un autobús. Se acercó a una mujer negra que estaba sentada y le pidió su asiento. Esa era la ley entonces. Rosa Parks, que había estado trabajando de pie todo el día, cuyas piernas adoloridas no aguantaban el peso de su cuerpo ni la carga de la historia de racismo contra los negros, porque eran negros, sólo por eso, dijo que no. La palabra fue sencilla. Sólo puedo imaginar su cara cansada diciendo con toda la firmeza que nos acompaña cuando sabemos que tenemos la razón, y con la contundencia con que suenan las palabras cuando decimos la verdad, decir que no.

No. Rosa Parks no aspiraba con aquel sencillo gesto iniciar un movimiento social. No pretendía encender la mecha que hizo estallar el movimiento de los derechos civiles de los años 60’s del siglo pasado. Rosa sólo quería llegar a su casa sentada en el autobús por el que pagó con la misma cantidad de dinero que aquel blanco insensible y miserable que quería quitarle el pequeño espacio que era suyo. Como si la opresión de tantos años contra todo un pueblo no hubiera sido suficiente. Como si los linchamientos de negros, tan comunes entonces en el sur de los Estados Unidos, no hubieran sido suficientes. Le iban a robar el pequeño espacio de un pequeño asiento en un autobús de un pequeño pueblo de Alabama. 


Así son los momentos trascendentales. Pequeños. Aparentemente insignificantes.

En la vida existen varios momentos como ése. Unos, los más débiles, los dejan escapar y le ceden el asiento al primero que se los pida. Seres pequeños. Creyeron todo lo que les dijeron. Que no pueden, que son poca cosa, que son inferiores. Nadie escribe sobre ellos. Otros, los menos, ven en algún lugar profundo de su indignación, sin darse cuenta, que el momento es ése. Que ya están cansados. Que no son menos que el blanco mamarracho parado al lado de ellos. Que no cederán su asiento. Rosa Parks fue arrestada en diciembre de 1955 por ese pequeño desafío. Ese pequeño no que resonó por todo el mundo y unió a los negros en una cruzada de indignación que resultó en la abolición de leyes tan indignas como que la que estipulaba que un negro no podía beber de la fuente de agua de un blanco. En la nación que estampó su dinero con la frase hipócrita “In God We Trust”.

Ayer murió Rosa Parks. Hoy vive Rosa Parks. Mientras tanto siguen pasando autobuses llenos de gente cansada. Y los NOS siguen resonando, aunque sean pocos. Otros, que tuvieron una vida llena de logros y se crearon una imagen de dignidad, un día quieren el asiento del que aparenta ser más débil y tratan de arrebatárselo a como dé lugar. A esos se los traga el zafacón de la historia. 


Nadie recuerda el nombre del blanco que le pidió el asiento a Rosa.

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