domingo, 30 de julio de 2006

El buen vino de Caná

Edwin Vázquez de Jesús
Me gusta el buen vino. Lo prefiero tinto porque está más cerca de la uva ya que contiene, a diferencia del blanco, ingredientes de la cáscara que le dan su color. Éste se debe a pigmentos llamados taninos que tienen a su vez propiedades antioxidantes. Cuando las células de nuestro cuerpo llevan a cabo sus reacciones químicas, lo que llamamos metabolismo, se producen a veces compuestos dañinos que, aunque en cantidades casi insignificantes, pueden causarnos daño a largo plazo. Los antioxidantes son sustancias que eliminan estos tóxicos, llamados radicales libres, del cuerpo. Los aromas del vino, el bouquet, se deben a moléculas aromáticas porque le dan el olor característico. El color se debe a la concentración particular de los distintos componentes y pueden usarse como indicador de la calidad del caldo.

He tomado vinos excelentes, buenos y malos. Yo he retenido el privilegio de decidir cuál es cual y no me dejo llevar por lo que cualquier supuesto experto me diga. El mejor vino es el que más me guste. Pero hay excepciones. Algunos vinos son tan buenos que no se dejan a interpretación. Se acomodan sus moléculas en las papilas gustativas de la lengua, sus aromas activan las neuronas sensoriales en el techo de la nariz, y uno da gracias a los dioses de turno por el privilegio de vivir.Mis preferidos son los españoles. Los de la Rioja y los Ribera del Duero en particular. Los ríos y sus riberas. El primero en la región del río Oja y el segundo en la del Duero. No son los únicos, por supuesto. De España ahora nos llegan de Cataluña, de La Mancha y de Castilla, entre otros. Mi preferencia puede deberse a la uva tempranillo, que tanto se usa en los vinos españoles, y también la garnacha.

Chile tiene también vinos excelentes, tan buenos como los californianos. Los últimos ya le hacen una fuerte competencia a los franceses, demasiadas veces sobre estimados. Los chilenos se distinguen por sus cabernets sauvignon, sus merlots y por ser el único lugar donde se producen vinos con la uva carmenere, que se creía extinta. Australia se distingue por sus siraz. Y podría seguir con Italia, África del Sur, Argentina, Oregón y otros sitios bendecidos por las condiciones climáticas que propenden a uvas sin mucha agua y con una alta concentración de azúcar que será fermentada por las levaduras para darnos unos de los mejores inventos del ser humano.

Tanto es así que cuando Cristo sirvió su última cena sirvió vino tinto.No sé cuán bueno era el vino de Cristo pero si yo me declarara divino y preparara un último festín serviría un caldo extraordinario. Beber de aquel vino en la última cena tiene que haber sido un privilegio que seguramente la mayoría de los doce discípulos, los más tarados y de poca educación, no apreciaron debidamente. Me imagino a Pedro mandándose la copa completa de un sorbo y limpiándose con las manos sucias la barba mojada de tinto. No tengo dudas de que era un vino exquisito porque, según la Biblia Cristo sabía de vinos. Lo sabemos porque una vez recibió un RSVP para que fuera a una boda en el Líbano y allí hizo el milagro del vino. Por lo menos eso nos cuentan sus discípulos después de su muerte.Nos relatan que Cristo llegó a Caná, fue a la boda y aparentemente aquella fiesta estaba a todo dar. No sé si pasó como en Puerto Rico, que invitas a cinco y se aparecen diez, pero el asunto es que el vino se acabó antes de tiempo. Cristo pidió que le trajeran agua.

Me imagino a alguien trayéndole un vasito y él que no, que seis tarros grandes. Pasaría sus manos sobre el envase lleno de agua, diría algún mantra y el líquido transparente se tornó rojo, como la sangre que más tarde derramaría en Jerusalem. Al parecer en Caná había buenos catadores de vino porque tan pronto lo probaron se preguntaron que porqué el anfitrión dejó el mejor vino para el final y sirvió el malo al principio. Lo que decían es que una vez uno está borracho no se da cuenta de lo que está tomando. Podría ser gasolina con ron y todo sabe igual.No sé si en Caná se sigue bebiendo buen vino. Sin embargo sé que el Líbano es uno de los países más cultos del Oriente Medio. Es también uno de los más abiertos culturalmente. Aunque pasó por una terrible guerra civil que terminó en 1990 se ha recuperado de esa pesadilla y vuelven a convivir allí cristianos y musulmanes.

Este verano prometía ser uno de los mejores en mucho tiempo. Antes de que las bombas de Israel comenzaran a caer por todo el Líbano se habían planificado decenas de conciertos, festivales, estrenos de películas y obras de teatro, entre otras. Se iban a celebrar los cincuenta años del Festival Internacional de Baalbeck, entre las ruinas romanas del valle Bekaa. El festival Liban Jazz de septiembre será seguramente cancelado. Se suspendió la obra “Monólogos de la Vagina”, que había sido un éxito rotundo. Pero más allá de las actividades cotidianas de un verano feliz las bombas de Israel convirtieron las noches del Líbano en verdaderas noches estrelladas, dignas de un Van Gogh.Mientras me tomo una copita de Rioja del 2001 no puedo dejar de pensar en la boda aquella. La de Caná en el Líbano. Eran mejores tiempos. Miro el tinto y me da angustia. Hace dos mil años dos familias se reunieron a celebrar. Nadie sabe sus apellidos. Hace unos días dos familias se reunieron en otra casa. No celebraban. Le huían a las bombas. Sus apellidos son Shalhoub y Hashim.

Hace dos mil años un judío hizo vino. Hace unos días otros judíos derramaron sangre en Caná cuando mataron a unos cuarenta niños de un bombazo en esa casa.Me imagino caminar por las calles del pueblo y escuchar las risas de la fiesta, el baile alegre, el buen tinto fluyendo de un barril que antes tenía agua. La novia y el novio felices. Pedro limpiándose la barba del tinto. Las bombas y los llantos de los niños aterrorizados al escuchar el retumbar de las paredes cuando golpeó la bomba. Y las madres gritando. En la mente se mezcla todo. Los dos mil años forman un círculo y el pasado se anuda con el presente. Fiesta y muerte en una misma imagen. Risas y llantos confundidos. Vino y sangre saliendo del mismo barril.


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