Edwin Vázquez de Jesús
Los seres humanos debemos sentirnos avergonzados ante las verdades nefastas que nos revela la biología molecular. Nosotros, los supremos, dueños y señores de este planeta, tenemos casi el mismo número de genes que las ratas y los ratones, que no son la misma cosa. Hace diez años se estimaba que poseíamos unos 100,000 genes, cifra que algunos consideraban muy baja. Luego, hace tres años, a raíz de la secuenciación completa del genoma humano, la cifra fue reducida a unos 35,000 miserables genes, esas moléculas de ADN que codifican nuestras características y dirigen los procesos de nuestras células. ¿Cómo es posible que nosotros, tan bellos, podamos vivir con 35,000 genes? Ahora, hace como unos meses, nos redujeron el numero a 25,000! ¿Qué está pasando? ¿Nos están secuestrando los genes? ¿O es que los están contando pero no los están adjudicando? Les digo algo: no aguantamos otra rebaja más. ¿Qué nos quedará? ¿Unos mini mis?
Pero hay más. Arabidopsis thaliana, una planta que crece poco más de un pie tiene unos 27,000. Más que nosotros! Quién sabe, a lo mejor esa gente que le pone música clásica a sus plantas tienen razón. El minúsculo gusano Caenorrhabditis elegans tiene 19,500. La pequeña mosca frutera, Drosophila melanogaster, tiene 13,601. A mí me parece totalmente injusto que esas mosquitas tengan la mitad de nuestros genes. ¿Cuántos genes necesitan para volar y comer guineos maduros? Por otro lado, la poca cantidad de genes que tenemos puede ser un testimonio de nuestra economía biológica. Quizás hemos perdido, a través de nuestra evolución, miles de genes innecesarios para nuestra rutina diaria. Nos hemos librado de una carga genética que consume espacio y energía. Nuestras células se han vuelto entes de la precisión y la eficiencia. Con esos 25,000 genes fabricamos entre 300,000 a 500,000 proteínas.
El genoma humano nos ha dado otra sorpresa. Los resultados de estos análisis demuestran que el concepto de raza es una construcción artificial para la manipulación y explotación de los más desaventajados. Todos los seres humanos tenemos esencialmente la misma secuencia genética. Tenemos los mismos genes. Las diferencias entre una llamada raza y otra son insignificantes. Hitler estaba equivocado. Biológicamente los judíos no son distintos de los alemanes. Y los negros no son distintos de los blancos rubios de Noruega.
La diferencia fundamental entre un negro y un blanco es que el primero produce más melanina, un pigmento oscuro de la piel, que el segundo. Pero tanto nos atosigaron la chavienda racial que el 85% de los puertorriqueños en Puerto Rico se describieron como blancos en el último censo. Sin embargo, en ese mismo censo, sólo un 48% de los puertorriqueños en Estados Unidos se clasificó así. O sea, que una de dos: o nos estamos poniendo negros cuando viajamos a Estados Unidos, o nos estamos poniendo blancos cuando regresamos acá. Los datos que nos ha brindado el genoma humano no permiten que el término raza explique la individualidad del ser humano ni la universalidad de la humanidad.
Estamos bajo el umbral de un cambio fundamental de paradigma. El término raza ahora se desmorona para dar lugar al de variación genética. Thomas Kuhn señalaba en “Las estructuras de las revoluciones científicas” que el descubrimiento de cosas nuevas y contradictorias del status quo, aquellas que no se pueden explicar usando los métodos vigentes, esas anomalías que se enfrentan al conocimiento aceptado, nos obligan a cambiar nuestra manera de pensar. Y es hora de que comencemos.
Nos enfrentaremos ahora a asuntos que la sociedad de hace cinco años atrás, el siglo pasado, no tenía. ¿Debemos permitir que se use nuestra información genética para que nos hagan un perfil de potenciales enfermedades? ¿Cuánto pagarían las compañías aseguradoras por información que les permita negarle sus pólizas a aquellos que estén más predispuestos genéticamente a padecer de alguna condición? ¿Permitiremos que nuestros hijos o hijas sean fichados genéticamente porque les descubrieron alguna mutación? ¿Dirigirá el gobierno sus recursos fiscales para favorecer a los más “aptos”, para usar un término darwiniano, en menosprecio de los “débiles”, otro término evolutivo? O sea, estamos ante el riesgo del determinismo evolutivo, o más bien, del diseño de la evolución.
Ya se habla de “designer babies”, como si fueran mahones. Esta intervención humana en las reglas de juego naturales, en los mecanismos evolutivos de la naturaleza, supone un riesgo ominoso. El ejemplo más cercano lo tenemos con las plantas transgénicas. Éstas, modificadas genéticamente para que produzcan más alimento, o que resistan a las plagas, pueden tener efectos devastadores sobre las plantas que se han desarrollado a través de millones de años de evolución. Quienes las desarrollan las patentizan y venden las semillas a los gobiernos de las naciones tercermundistas. Terminada la cosecha, está terminantemente prohibido coger semillas de esas plantas. Para la próxima cosecha hay que volver a comprárselas a la multinacional que las desarrolló. ¿Qué cambios genéticos ocultos pueden haberle causado a estas plantas transgénicas para que no sólo compitan con las naturales, sino para que se les queden con todo el terreno, desplazándolas para siempre de la finca del pobre campesino de alguna nación centroamericana? Claro, hay aspectos positivos innegables en todo esto. Imagínese desarrollar una planta de maíz, o de soya, que pueda crecer en los terrenos decrépitos de Haití, donde pronto nada crecerá debido a la deforestación de casi todo el territorio.
¿Qué posición debemos asumir? Una posición crítica basada en el conocimiento profundo de los cambios que esta revolución biotecnológica nos ha lanzado encima. Tenemos que saber lo que pasa. Tenemos un deber que cumplir con Puerto Rico. Que no nos pase otra vez como en el pasado, cuando nos usaron una y otra vez como conejillos de Indias. Cuando probaron las pastillas anticonceptivas en nuestras mujeres antes de probarlas en las de ellos. Cuando irradiaron el Yunque en los 60 en secreto. Cuando usaron a pacientes de ciertos hospitales, aquí en Puerto Rico para estudios secretos con iodo radioactivo, sin su conocimiento ni consentimiento. Cuando se robaron cadáveres de la antigua Escuela de Medicina Tropical, y los enviaron a los Estados Unidos para experimentos secretos. Cuando regaron agente naranja, un desfoliador y potente carcinógeno en varios de nuestros bosques. O cuando usaron balas de uranio reducido, otro agente carcinógeno, en Vieques.
Es un tiempo de retos pero lleno de oportunidades. De nosotros, con nuestros 25,000 genes, depende el país ¿Dije 25,000 genes? No sé, pero creo que voy a pedir un recuento.
Los seres humanos debemos sentirnos avergonzados ante las verdades nefastas que nos revela la biología molecular. Nosotros, los supremos, dueños y señores de este planeta, tenemos casi el mismo número de genes que las ratas y los ratones, que no son la misma cosa. Hace diez años se estimaba que poseíamos unos 100,000 genes, cifra que algunos consideraban muy baja. Luego, hace tres años, a raíz de la secuenciación completa del genoma humano, la cifra fue reducida a unos 35,000 miserables genes, esas moléculas de ADN que codifican nuestras características y dirigen los procesos de nuestras células. ¿Cómo es posible que nosotros, tan bellos, podamos vivir con 35,000 genes? Ahora, hace como unos meses, nos redujeron el numero a 25,000! ¿Qué está pasando? ¿Nos están secuestrando los genes? ¿O es que los están contando pero no los están adjudicando? Les digo algo: no aguantamos otra rebaja más. ¿Qué nos quedará? ¿Unos mini mis?
Pero hay más. Arabidopsis thaliana, una planta que crece poco más de un pie tiene unos 27,000. Más que nosotros! Quién sabe, a lo mejor esa gente que le pone música clásica a sus plantas tienen razón. El minúsculo gusano Caenorrhabditis elegans tiene 19,500. La pequeña mosca frutera, Drosophila melanogaster, tiene 13,601. A mí me parece totalmente injusto que esas mosquitas tengan la mitad de nuestros genes. ¿Cuántos genes necesitan para volar y comer guineos maduros? Por otro lado, la poca cantidad de genes que tenemos puede ser un testimonio de nuestra economía biológica. Quizás hemos perdido, a través de nuestra evolución, miles de genes innecesarios para nuestra rutina diaria. Nos hemos librado de una carga genética que consume espacio y energía. Nuestras células se han vuelto entes de la precisión y la eficiencia. Con esos 25,000 genes fabricamos entre 300,000 a 500,000 proteínas.
El genoma humano nos ha dado otra sorpresa. Los resultados de estos análisis demuestran que el concepto de raza es una construcción artificial para la manipulación y explotación de los más desaventajados. Todos los seres humanos tenemos esencialmente la misma secuencia genética. Tenemos los mismos genes. Las diferencias entre una llamada raza y otra son insignificantes. Hitler estaba equivocado. Biológicamente los judíos no son distintos de los alemanes. Y los negros no son distintos de los blancos rubios de Noruega.
La diferencia fundamental entre un negro y un blanco es que el primero produce más melanina, un pigmento oscuro de la piel, que el segundo. Pero tanto nos atosigaron la chavienda racial que el 85% de los puertorriqueños en Puerto Rico se describieron como blancos en el último censo. Sin embargo, en ese mismo censo, sólo un 48% de los puertorriqueños en Estados Unidos se clasificó así. O sea, que una de dos: o nos estamos poniendo negros cuando viajamos a Estados Unidos, o nos estamos poniendo blancos cuando regresamos acá. Los datos que nos ha brindado el genoma humano no permiten que el término raza explique la individualidad del ser humano ni la universalidad de la humanidad.
Estamos bajo el umbral de un cambio fundamental de paradigma. El término raza ahora se desmorona para dar lugar al de variación genética. Thomas Kuhn señalaba en “Las estructuras de las revoluciones científicas” que el descubrimiento de cosas nuevas y contradictorias del status quo, aquellas que no se pueden explicar usando los métodos vigentes, esas anomalías que se enfrentan al conocimiento aceptado, nos obligan a cambiar nuestra manera de pensar. Y es hora de que comencemos.
Nos enfrentaremos ahora a asuntos que la sociedad de hace cinco años atrás, el siglo pasado, no tenía. ¿Debemos permitir que se use nuestra información genética para que nos hagan un perfil de potenciales enfermedades? ¿Cuánto pagarían las compañías aseguradoras por información que les permita negarle sus pólizas a aquellos que estén más predispuestos genéticamente a padecer de alguna condición? ¿Permitiremos que nuestros hijos o hijas sean fichados genéticamente porque les descubrieron alguna mutación? ¿Dirigirá el gobierno sus recursos fiscales para favorecer a los más “aptos”, para usar un término darwiniano, en menosprecio de los “débiles”, otro término evolutivo? O sea, estamos ante el riesgo del determinismo evolutivo, o más bien, del diseño de la evolución.
Ya se habla de “designer babies”, como si fueran mahones. Esta intervención humana en las reglas de juego naturales, en los mecanismos evolutivos de la naturaleza, supone un riesgo ominoso. El ejemplo más cercano lo tenemos con las plantas transgénicas. Éstas, modificadas genéticamente para que produzcan más alimento, o que resistan a las plagas, pueden tener efectos devastadores sobre las plantas que se han desarrollado a través de millones de años de evolución. Quienes las desarrollan las patentizan y venden las semillas a los gobiernos de las naciones tercermundistas. Terminada la cosecha, está terminantemente prohibido coger semillas de esas plantas. Para la próxima cosecha hay que volver a comprárselas a la multinacional que las desarrolló. ¿Qué cambios genéticos ocultos pueden haberle causado a estas plantas transgénicas para que no sólo compitan con las naturales, sino para que se les queden con todo el terreno, desplazándolas para siempre de la finca del pobre campesino de alguna nación centroamericana? Claro, hay aspectos positivos innegables en todo esto. Imagínese desarrollar una planta de maíz, o de soya, que pueda crecer en los terrenos decrépitos de Haití, donde pronto nada crecerá debido a la deforestación de casi todo el territorio.
¿Qué posición debemos asumir? Una posición crítica basada en el conocimiento profundo de los cambios que esta revolución biotecnológica nos ha lanzado encima. Tenemos que saber lo que pasa. Tenemos un deber que cumplir con Puerto Rico. Que no nos pase otra vez como en el pasado, cuando nos usaron una y otra vez como conejillos de Indias. Cuando probaron las pastillas anticonceptivas en nuestras mujeres antes de probarlas en las de ellos. Cuando irradiaron el Yunque en los 60 en secreto. Cuando usaron a pacientes de ciertos hospitales, aquí en Puerto Rico para estudios secretos con iodo radioactivo, sin su conocimiento ni consentimiento. Cuando se robaron cadáveres de la antigua Escuela de Medicina Tropical, y los enviaron a los Estados Unidos para experimentos secretos. Cuando regaron agente naranja, un desfoliador y potente carcinógeno en varios de nuestros bosques. O cuando usaron balas de uranio reducido, otro agente carcinógeno, en Vieques.
Es un tiempo de retos pero lleno de oportunidades. De nosotros, con nuestros 25,000 genes, depende el país ¿Dije 25,000 genes? No sé, pero creo que voy a pedir un recuento.
muy patriotico ese comentario mi amigo pero la verdad esta oculta en tu propia gente, 1 quien puede entrar en tu propio espacio sin que tu se lo permitas 2 quien tiene el poder de tus acciones 3 existe realmente algo oculto
ResponderBorrar