Llegamos al aeropuerto Dallas/Fort Worth sin mayores complicaciones. El trato de las azafatas, norteamericanas todas, fue frío y algo descortés. Por supuesto ya no sirven comidas como antes. O sea, no las sirven de gratis. Por cinco dólares le venden una cajita con galletitas de queso en forma de pececitos, nueces, pasas y dos o o tres porquerías. Por supuesto no las compramos y sacamos los maravillosos emparedados que habíamos comprado en el aeropuerto, previendo esta situación.
Por error habíamos estimado que tendríamos dos horas de espera en el aeropuerto de Dallas antes de abordar el vuelo que nos llevaría a San Diego. Al cotejar nuevamente nos dimos cuenta de que sólo contábamos con 35 minutos por lo que nos dirigimos a prisa al terminal correspondiente. Esta vez no nos dio tiempo de comprar nada para comer en el avión. El vuelo era de unas tres horas. Entre la hora de San Juan, la de Dallas y la de San Diego, todas distintas, estábamos algo confundidos. Mi mente computaba en tiempo caribeño, el celular que se autoajusta por alguna cosa de GPS me mostraba la hora de Dallas y el boleto me mostraba la hora de llegada a San Diego en tiempo californiano.
Abordamos el avión de turbinas y en menos de 30 minutos estábamos haciendo lo que nos juramos nunca hacer. Compramos una de las cajitas de comida excepto que acá nos cobraban cuatro dólares. Un dólar más baratas. No sólo eso sino que las azafatas eran claramente mucho más corteses, amigables y habladoras. Obviamente no estábamos en un vuelo desde/hacia Puerto Rico. Les incluyo una foto de la caja de alimentos, algo destrozada ya.
De beber pedimos lo siguiente (adivinen cuál fue la mía).
Por error habíamos estimado que tendríamos dos horas de espera en el aeropuerto de Dallas antes de abordar el vuelo que nos llevaría a San Diego. Al cotejar nuevamente nos dimos cuenta de que sólo contábamos con 35 minutos por lo que nos dirigimos a prisa al terminal correspondiente. Esta vez no nos dio tiempo de comprar nada para comer en el avión. El vuelo era de unas tres horas. Entre la hora de San Juan, la de Dallas y la de San Diego, todas distintas, estábamos algo confundidos. Mi mente computaba en tiempo caribeño, el celular que se autoajusta por alguna cosa de GPS me mostraba la hora de Dallas y el boleto me mostraba la hora de llegada a San Diego en tiempo californiano.
Abordamos el avión de turbinas y en menos de 30 minutos estábamos haciendo lo que nos juramos nunca hacer. Compramos una de las cajitas de comida excepto que acá nos cobraban cuatro dólares. Un dólar más baratas. No sólo eso sino que las azafatas eran claramente mucho más corteses, amigables y habladoras. Obviamente no estábamos en un vuelo desde/hacia Puerto Rico. Les incluyo una foto de la caja de alimentos, algo destrozada ya.
De beber pedimos lo siguiente (adivinen cuál fue la mía).
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